martes, 12 de agosto de 2008

Los espejos de mi alma

Los espejos de mi alma
A Maca

Hoy voy a limpiar
los espejos de mi alma
hasta el más recóndito espacio
entre sus ángulos.
Intentaré borrar
las imágenes guardadas
esperando no sumirla
en el calvario.

Hoy, voy a acariciar
con sutil y suave paño
la superficie
de los espejos y sus entrañas.

Sacudiré a los vientos
los recuerdos…
Y en el intento…
Espero no quedarme sin el alma.

CONCEPTOS…

CONCEPTOS…

Sepia es la leyenda. Es el pasado… Pero a decir verdad, sepia es todo lo que está ocurriendo.
El presente es una delgada capa imperceptible, es la línea ínfima divisoria; es algo tan efímero, que tal vez ni exista entre el ayer y el mañana.
¡Es tan veloz el presente!... Casi no se alcanza a percibir su paso. Es una ráfaga constante; aunque extienda la mano con intención de detener algo en ella, nada queda. Todo como viene pasa… De un lado lo sepia, del otro, blanco nieve o transparente, según se quiera ver el futuro.
Nada detiene al tiempo, sólo la mente, en mis pensamientos en un sutil engaño virtual.
Logro escribir y hablar en presente pero cuando lo hago, ya es pasado.
No obstante, a veces creo que el presente es constante, permanente. Sin un antes ni un después, pero ese concepto trastabilla cuando el peso del pasado en mis hombros, hace acto de presencia para resguardar mi identidad.

Los sonidos… ¡Aquellos recuerdos!

Los sonidos… ¡Aquellos recuerdos!

- ‘¡Plof!’ -Sonó a hueco- Ese zapallo no sirve -...Y el peón, desde el camión, lo arrojó al vacío-
Tony continuó escuchando atentamente los cachetazos que había inculcado a cada uno de los 6 obreros de campo sobre cada pieza. De esa revisión dependía el buen precio que lograría su padre sobre un mercado amplio como el de Buenos Aires.
Los sonidos se habían hecho carne en él y no solo se deleitaba en los golpes que aquellos daban, más, cuando alguno emitía uno desafinado, su ego se llenaba de todo al mostrar un conocimiento natural. Pero las siestas, esas largas siestas en donde el músculo más rebelde reposa durante las calientes horas de un rígido verano norteño, en donde ni el ladrido de un perro muerde el espacio, en donde se escucha lastimosamente algún cloquear de gallina aburrida en busca de insectos distraídos, en donde los oídos se le inundan de chicharras en preguntas y respuestas mientras el paso acelerado, suave y apagado de algún lagarto, deja una minúscula estela de polvo sobre el sendero elegido… Esos sonidos de propiedad exclusiva de la naturaleza, son con los que él se deleitaba y adormecía en la modorra, bajo la sombra -en andar cansino- de un viejo algarrobo.