miércoles, 10 de septiembre de 2008

De todos los dineros, el dinero.

De todos los dineros, el dinero.

Avanzaba con la pelota pegada al pie. Nadie como él para desequilibrar con su endemoniada gambeta y llevar de la mano a su equipo al triunfo.
Contra ellos debíamos jugar. Dábamos por descontada la derrota. Ya que no teníamos ni tan siquiera para empezar.
Entre las profundas carencias técnicas, los vapores nocturnos del alcohol y los tabacos aspirados, dábamos muestra de un estado físico deplorable. No obstante, temores y vaticinios aparte, estábamos obligados a clasificar. Teníamos necesidad de los premios en efectivo que se sumaban según los partidos ganados y para lograr el primer paso deberíamos triunfar con una diferencia de dos goles.
Todos éramos sabedores del destino de aquel dinero. Arturo esperaba inconsciente, en una sala de terapia bajo una carpa de oxígeno la llegada de esos billetes de los que desconocía su existencia, su forma y su intención; así como la humedad de transpiración que sus amigos y compañeros dejábamos sobre el césped para conseguirlo, ante la irresponsabilidad de lo hecho la noche anterior.
Las tribunas gritaban su apego al equipo de Fabián. Todo estaba a su favor. Todo en nuestra contra.
Esperé hasta último momento. Y a punto de entrar al campo de juego, tomé la posta y encaré a los muchachos impulsado por la cinta de color que confirmaba mi titularidad como capitán del equipo. De pie, enfrentándonos en una rueda, nuestras cabezas unidas en el centro mientras las miradas se comían el césped y los brazos se entrelazaban en un patético símbolo de unión sobre las espaldas, mi voz sonó clara y precisa. Con el mensaje y las palabras justas.
- Sé que soy lento en las marcas, pero de Fabián me encargo yo. Confíen en mí. Y… ¡A ganar!
El que debía confiar en que lo planeado diera resultado positivo, era yo. Conocía el lado oscuro de aquel muchacho y debía aprovecharlo. Era mi única carta fuerte y tenía que usarla con contundencia.
La pelota se puso en movimiento y las piernas empezaron sus discontinuas danzas para apoderarse de ella, mientras orgullosa se entretenía siempre entre las del más hábil.
Desde el inicio, el juego se centró en nuestro campo. No llegábamos a hacer otra cosa, más que defendernos. Hasta que anunciado por los pelotazos se vino abajo la defensa y el primer gol llegó con fanfarrias… Y con él, comenzó a marchitarse nuestra esperanza.
Ya en el segundo tiempo y por la gracia bendita de nuestro espíritu, sólo perdíamos por 1 a 0. Y fue ahí cuando pude apretar más la marca de Fabián. En uno de los tantos encontronazos, pude cometerle el esperado foul dejándolo tendido en el pasto, a costa de la amonestación que me sacaba del medio en el próximo partido.
Mientras lo ayudaba a ponerse de pie y callando su protesta, lo congelé con mí mirada mientras le decía mansamente:
- Sé quien se llevó el dinero que faltó en la urna de la colecta… Y sé también dónde fue escondido.
Mis palabras taladraron su cerebro y la palidez aumentó imprevistamente en su rostro. Una suerte de temblor se apoderó de su cuerpo y por un instante imaginé que saldría corriendo de la cancha.
Intentó balbucear algo, pero los sonidos no conformaron palabras con sentido claro. Sus ojos quedaron desmesuradamente abiertos y aproveché para insertar los míos en ellos cargados de intención.
- Si perdemos, la vida de Arturo peligra…- Le dejé flotando en sus oídos y me alejé-
La derrota de su equipo no alteraba su posición. Ellos ya estaban clasificados.
Y aquel grupo débil, que jamás llegó a enterarse cómo neutralicé cada jugada que Fabián generara, se retiró triunfante y proyectado hacia la meta fijada.
Por la noche, todos estábamos en el sanatorio alentando en deseos el aguante de Arturo y esperando al director del instituto, para poner en sus manos el comprobante que certificaba el monto de dinero requerido, que le entregaríamos al día siguiente.
En una imprevista aparición y con una amplia sonrisa de satisfacción en su rostro, nos informó que la operación había finalizado con éxito.
El asombro nos envolvió a todos.
- ¿Cómo es que lo operaron si no había dinero?- increpé al cirujano…- Es más, lo habían especificado claramente: ¡Carecían de medios económicos para abastecerse de la complicada tecnología!
Inmediatamente, el mismo Director se encargaba de disipar nuestra confusión. Manos anónimas habían hecho efectivo horas antes, los costos de internación y cirugía de Arturo.
En la algarabía, mezclando abrazos con lágrimas, nos preguntábamos por aquel milagro.
Desde un rincón próximo a la salida, Fabián clavó su mirada en mis ojos y asentí con un imperceptible movimiento de cabeza. Sonrió satisfecho y desapareció por la puerta principal, perdiéndose en aquella noche de milagros, equilibrios y secretos inconfesos.