domingo, 10 de agosto de 2008

El hombre alado


'A veces creemos que el presente es constante…Permanente. Sin un antes ni un después. Pero ese concepto trastabilla cuando el peso del pasado en nuestros hombros, hace acto de presencia para resguardar nuestra identidad.'

Tonycarso

El hombre alado


El hombre hizo lento su camino. Tan sólo faltaban diez minutos para llegar al lugar de la cita concertada. Cita de sábado por la noche que se repetía desde un tiempo atrás. La cena era compartida y le agradaba desgranar sus palabras en pos de oídos hambrientos de relatos, sentires y rimas en metáforas.
El hombre caminaba lento; nadie apuraba su paso. Era como si en cada movimiento absorbiera un poco más de la Vida. Sus pensamientos confluían en un punto y por más que quisiese alejarse de él, caprichosamente regresaba a escondidas jugueteándole a su pesar.
Deseaba desplegar las invisibles alas en su presencia entregando definitivamente el alma en la extensión de aquel abrazo alado.
Su peso no era peso que disgustara en su paso lento. Sus pensamientos estaban más allá de las molestias por las contradicciones. Él avanzaba... Él arremetía... Él insistía en su terquedad hosca y solitaria...
- Algún día… – se decía -… se abrirían las puertas de la gloria y la dicha definitivas.
El hombre ensoñaba sus pensamientos con el recibimiento por venir. Imaginaba recepciones... Manos que se tocan con ansias de ser prisioneras en momentos eternos... Miradas en silencio, de silencios en miradas que deshacen, escudriñan y entregan el alma sin contemplación, sin temores y con tiempos a la magnificencia de la Vida.
Apoyó el pie en el umbral de la puerta, mientras su corazón se transformaba en un tambor selvático anunciando la aparición esperada.
La sangre bullía en su cerebro y tuvo que buscar apoyo en la pared lateral para aspirar profundamente… Los ahogos eran continuos... Las ansias estaban acumuladas y el solo hecho de imaginar su figura descendiendo las escaleras, con la sonrisa clara dibujada en el rostro, el abrir nervioso y torpe de la puerta apurada por entregar el abrazo a un abrazo esperado, hacía vibrar su cuerpo manteniéndolo en vilo. La mano se apoyó franca y abierta en la pared, su cabeza fue hacia abajo para tomar una bocanada de aire y despedirla en una exhalación. Repitió varias veces estos movimientos hasta regresar a la normalidad y retomar la seguridad de su postura.
No tuvo en cuenta el tiempo transcurrido, y se sorprendió observando en la penumbra de la noche iniciada, el ramillete de flores blancas que colgaban del laurel… Pero no dispondría de ellas. Esta vez prefirió que quedasen y terminaran su período de Vida en sus simientes.
- Esta noche no habrá flores blancas – se dijo sin darse cuenta que aquella frase ya contenía aroma a presagio-
Aspiró nuevamente mirando un cielo entre estrellas y nubes, y una luna incompleta, creciente y escondida en algún retazo del gran espacio… Lamentó entonces el no poder ascender como antes a su cielo y volar con aquella libertad que lo caracterizaba en sus dominios. Había descendido de él, no sabía en qué momento, ni recordaba la salida. Desconocía si lo había hecho en un descuido por sí solo, o lo habían desalojado impiadosamente, impulsándolo al vacío, al descenso, a los abismos… Y en su desesperación, arañaba las paredes de los tiempos y de los espacios de sus soledades y angustias, sangrando sus dedos sin uñas y sus manos sin piel, en el afán de encontrar la brecha que lo llevara feliz a su reino celestial eternamente abierto. Tal vez fueron esas tremendas ansias las que lo impulsaron a proyectarse hasta el pulsador y oprimirlo en dos oportunidades, por temor a no ser escuchado, con la gran ilusión pintada en sus ojos, en su boca y su el alma.
Las manos estaban enloquecidas por acercar sus dedos y acariciar su rostro; su pecho ardía por adherirse a suyo y sus labios en fuego, para quemar en fuego a esos otros labios suyos. Temblaba. Era una débil rama sacudida por la brisa. Todo su cuerpo trepidaba… Pero templó sus alas; ellas harían el resto como lo hicieran otras tantas veces. Llevaban es sus grandes plumas, la magia de aquella poción que sumía en el encantamiento de un hechizo de amor.
El hombre estaba preparado. Así lo sentía. Así debía ser. Jamás con aquel sentimiento dejó de ser. La atracción era mutua, existía la dosis de química que lo hiciera funcionar… Había comunicación y nunca dejaron de percibirse aún estando en diferentes puntos del espacio… Ellos se llamaban y se encontraban… Se pensaban y se veían… Se deseaban y se poseían… Un solo cuerpo. Una sola mente. Un solo corazón.
No dudaba del poder que a ambos los unía, pero la luz que bañaría las escaleras, no se encendió… El tiempo transcurría y la oscuridad se había tornado transgresora de aquella ilusión.
Una voz impersonal se desprendió desde lo alto del gran balcón y una llave resguardada en un trozo de género, se precipitó al piso. No hizo ni siquiera el mínimo ademán de tomarla en el aire como otras tantas veces en las que hacía gala de sus reflejos. No, no era ella… Y su alma se desplomó sin estrépito, sus ansias se comprimieron en un grito sordo que pujaba en la impotencia, mezcla de broncas y desencuentros, de soledades y ausencias, de necesidades sin cubrir, contenidas en frustraciones de intentos vanos.
Tomó lentamente y en silencio la llave del piso, la introdujo con un movimiento mucho más lento en el orificio de la cerradura, deseando que jamás se abriera y despertar rápidamente de aquella pesadilla… Pero no… La cerradura cedió. No era una pesadilla, tampoco un simple sueño… Era menos sutil y mucho más cruel… La realidad.
La posibilidad que llegara más tarde no apaciguaba su dolor. Tomaría las fuerzas desde las oscuras profundidades, aspiraría todo el aire que pudiera, hincharía bien su pecho y dibujaría una sonrisa en su boca con mucho sacrificio y ardor, para entregarla a la anfitriona que esperaba solícita, apoyada en el respaldar de la silla, en uno de los extremos de la gran mesa. No comprometería a sus ojos, porque por ellos miraba su alma… No obstante, temía por su voz. Temía que ésta se tornara trémula, vacilante, ahogada por una angustia difícil o imposible de apaciguar con un trago de cordialidad.
Ya no pudo desplegar sus alas en aquella mesa. Cumplió con gran esfuerzo su cometido y se retiró prontamente. No controlaba sus acciones y temía cometer alguna torpeza.
El llanto sacudió a su alma en un vacío. Huérfano y desprotegido, partió.
Y fue ahí que enloquecido, clamó por los vientos, gritó con broncas el nombre ausente y abrió sus alas que se expandieron mucho más en el contraste de aquel cielo, perdiéndose en las oscuridades de las calles que soñara recorrer con ella, como final de una habitual cena, en un acostumbrado sábado por la noche.
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Cuentan los parroquianos en rueda de boliches, entre el vaho del alcohol que mana de las copas y raspa sus gargantas -que dicen estar siempre secas, a veces hasta la borrachera, mientras las comadres murmuran en orejas ajenas-, que de vez en cuando, en las noches con nubes y estrellas y un retazo de luna creciente escondido en algún espacio de un cielo infinitamente abierto y eterno del barrio de Flores, se escucha el batir de grandes alas acompañadas por brisas que traen en sus sonidos el nombre de su amada ausente.
También dicen que las sombras que se ven, no son sombras de nubes, son sus alas que permanecen extendidas para poseerla sin pérdida de tiempo, en un abrazo eterno con fibras finas de oro y plata, con engarces de armonía y amor, cuando la Vida le otorgue el derecho del último encuentro.

Por tu mirada


Por tu mirada

A Maca
Gimió mi Alma adormecida
ante el silencio de tu mirada,
y en mi boca la faz de una palabra:
La mentira.
Por no llorar, por no reír
por callar una verdad insostenida.

Gimió por lo que creyó estar dormido
quieto, oculto... En silencio contenido.
Fue débil el manto en su protección del frío
¡tan débil! que bastó una mirada recogida
para desnudarla y dejarla sin abrigo.

Gimió porque sabe que nada es un olvido.
Porque lo ígneo, mantiene un Amor-Fuego encendido.
Porque se entrega y se sustrae en los letargos
con intención de ocultar a otros ojos
que aún en ella, el Amor permanece vivo.

'EPIFANÍA'... Destino infinito... de un destino.

“Epifanía”
Destino infinito… de un destino


- ‘Llegamos.’ -se le escuchó decir al más joven-
- ‘¿Llegamos?…’ -respondió el anciano-
- ‘Llegamos.’ -insistió el joven-
- ‘¿A dónde llegamos?…’ -repuso el anciano-

El hombre, ocupando una mesa sobre la vereda de aquel bar, creyó que éste tendría algún impedimento visual; pero no. Algunos gestos le demostraron que aunque sean mínimos, sus sentidos estaban en orden y activos.
- Y… Sí, a algún lugar llegaron -reflexionó el hombre finalmente-… Siempre se llega a algún lugar.
Y sin más, se entregó mansamente a la lectura del matutino que iniciara unos minutos antes, desayuno de por medio, mientras el anciano y el joven continuaban buscando otro lugar adonde llegar en una agradable mañana de domingo soleado.

Carta... De la sombra al hombre

A Magari
Carta
…De la sombra al hombre.


¿Sabes?… Es una sorpresa para ti… Y una satisfacción para mí hablar contigo aunque más no sea a través de esta carta y después de haber caminado a tu lado el tiempo que llevas de Vida, con excepción claro, cuando me extravías en la oscuridad.
Tal vez lo ignores, pero al menos estarás sabiendo que también existo… Plana, adaptándome a cada circunstancia perteneciente a una geometría accidental. Unas veces me colocas adelante, otras atrás, como fastidiado por mi perseverancia; muchas otras a tu costado o saltando según tu caprichoso deambular con la intención tal vez de abandonarme en algún rincón, en un escape repentino cubierta por mis mayores, sin que pienses que estaré esperando en el otro extremo con el deber de acompañar tus pasos permanentemente, sin pedir algo a cambio.
Nací contigo. Soy hija del obstáculo. No tengo conocimiento si mi existencia es útil. Al menos sé que de algún modo lo es para otros, como la de los otros lo es para ti… Pero de algo estoy segura: que gracias a tu existir, existo. Y al existir yo, sabes que entre luces y sombras, existes. Eso… Aunque rara vez te preguntes sobre mí.
Todas somos hijas de obstáculos. Sin ellos no tendríamos existencia.
Somos ínfimas, pequeñas, grandes, inmensas, pero sin mostrar el volumen exacto de nuestro obstáculo. Es nuestro secreto entre él y la luz.
No poseemos sonidos, tampoco visión. Nos adherimos al obstáculo como el ciego al lazarillo; pero me siento feliz porque me das movimiento y por no pertenecer a las que siempre están quietas o adormecidas según la luz.
Por eso, a donde vayas, irremediablemente estaré contigo. Nací contigo. Partiré contigo.
Pero… ¿Sabes?… Constantemente recorre por mi figura plana un desagradable escozor. Cuando te abrigas a la sombra de otros obstáculos, no se aviene a mí el temor porque estás, y de alguna manera, débil, casi difusa, sé que también estoy… Más cuando penetras en la oscuridad, tiemblo. Te abandono o me abandonas y es entonces que corro hasta el otro extremo aterrada, como presintiendo encontrarte nuevamente ahí. Pero mientras la espera transcurre, la angustia de ignorar si es ésa tu salida, desespera mi existir plano y ausente… Hasta que aparezcas, porque si yo he equivocado el lugar del reencuentro o desconoces mi paradero, me corroe el temor de que ambos hubiésemos partido sin tan siquiera un cordial gesto de amistad.
Con afecto, tu sombra.

EL OTRO AMOR

EL OTRO AMOR

En planta baja el índice pulsó el botón de la chicharra y ésta sonó en el piso superior como una exclamación que estremeció el Alma del morador. Todo su cuerpo vibró.
El tiempo de ausencias, de vacíos, de silencios había llegado a su fin. Era la hora acordada, la que estaba escrita en pocas líneas en aquella nota que le diera por la mañana el encargado del edificio.
Ya no más angustias. Ya no más pensamientos oscuros y quejumbrosos.
Todo aquel tiempo de nada, se llenaría a partir de hoy con un todo. Con el Amor, la Pasión, la Ternura… Todas aquellas emociones contenidas irían haciendo su aparición despaciosamente para absorber con profundidad cada acto de entrega.
Comprendía que debía administrar con riguroso orden sus demostraciones para que su mente almacenara cada una de las sensaciones que lo invadieran.
Colocaría el índice sobre sus labios cada vez que ella quisiera explicar sus motivos, anulando el sonido de su voz para dar lugar sólo a las exclamaciones del delirio y los suspiros.
Era la hora de la dicha. Era la hora del Amor absoluto.
La chicharra de la puerta de entrada principal se escuchó y una mano empujó la hoja dejando que ésta cierre tras de sí.
Él iba siguiendo en su mente cada movimiento que ella estaba llevando a cabo, desde el instante de su entrada.
- Ahora llamó al ascensor… Y subió a él… ¡Qué delirio por favor!… ¡Estoy temblando!… -La ansiedad consumía su espera-
- Llegó al piso… Está descendiendo… Escucho sus pasos… -Se decía mientras cerraba sus ojos-
La sangre hervía en sus venas… El rostro ardía en llamas… Las sienes le latían descontroladamente… La visión le desfiguraba las imágenes.
El timbre vibró y el estremecimiento fue compulsivo. Quedó inmóvil, de pie frente a la ventana. No quería darse vuelta. Consideraba que sería más placentero presentir el acercamiento a su espalda.
Tardó en accionar el automático y la puerta del departamento se abrió. Los tacos femeninos golpearon suavemente el parquet. Con sus ojos cerrados, aspiró aquel perfume que llenara horas su mente de fantasías, mientras una voz áspera y desagradable lo impulsó a girar y mirar aquel rostro.
- … Y usted… ¿Quién es?
- Soy la mensajera de Rebeca. Me pidió trasmitirle que ya no la espere. Ella ha consolidado un nuevo hogar.
- Pero… ¿Cómo un nuevo hogar?... ¿Porqué tanto despecho?... -gimió con un hilo de voz- Ese hombre… ¿La ama con tanta intensidad como la amo yo? -logró balbucear-
- Desconozco con qué intensidad la puede amar usted, o algún otro señor, pero puedo asegurarle que mi amor por ella es muy profundo y ella me corresponde…