domingo, 27 de julio de 2008

EL BOLÍGRAFO - Relato-reflexión

EL BOLÍGRAFO

A Laura, Rodi y Magari

Ante la inevitable necesidad de disponer del elemento con el que haría posible las urgencias de quitar de mi mente palabra por palabra, transformarlas en frases y en suma, desarrollar el pensamiento en una hoja, mi cerebro se devanaba y por momentos me ajusticiaba por el descuido hecho ausencia.
Padecía la inquietud del olvido; un olvido torpe y absurdo.
La costumbre me había colocado en esa posición.
Todo mi cuerpo protestaba. La mente había utilizado muy bien sus recursos naturales para tender sus redes y apoderarse de él. La reprobación silenciosa fastidiaba hasta sacarme de quicio.
Si tan solo tranquilizara la mente, lograría un resultado favorable. Puse manos a la obra y finalmente lo conseguí.
Había pasado por el local para recoger hojas y bolígrafo, ya que al despertar sentía dentro de mí las contracciones conocidas de la creatividad que pujaban por ver la luz.
La idea era leer todo y remarcar las partes que me resultaran interesantes del diario dominical. Opinar con textos en sus contornos libres y posteriormente, según mi inquietud u ocurrencia, escribir las hojas en blanco que acondicionaba en mi carpeta.
Hojas y bolígrafo fue lo primero que preparé al entrar al local para después salir. Pero he aquí el problema. Cerré y partí. Cuando ya había recorrido un trecho, volví sobre mis pasos porque olvidaba la correa de Pachi. Nuevamente la llave, la primera puerta y después la segunda, las luces, para después darme cuenta que la correa no estaba en el local. Había quedado en el departamento. Partí nuevamente, pero con la intención de seguir camino. No era tan importante. No subiría al departamento a buscarla. Pachi estaba lo bastante bien enseñada como para hacer un buen papel. De hecho siempre lo hizo. Pero lo que más pesaba en todo este enredo, era que no tenía ganas de ir en su búsqueda, porque me urgía recorrer los metros hasta la confitería, ocupar una mesa y disfrutar del sol. Que alguien se adelantase y quitase la mejor ubicación, era una idea que me intranquilizaba y privaba de hacer lo correcto o concentrarme. Reconocía en esto una torpeza, pero no lograba sustraerme.
El tiempo tirano ajustaba sus pasos en un rítmico e inalterable andar.
Compré el diario, seguí hasta Uno y ocupé la mesa sobre la ancha vereda bañada por la sutil calidez del sol de fines de julio. Apenas había pasado una hora del mediodía.
Fue ahí, después de desayunar y disponerme a leer el matutino, que noté las faltas… Ni papel, ni bolígrafo. Esto último me puso furioso por mi distracción. Todo había quedado en el local cuando entré por segunda vez, y en el apuro por llegar sin pérdida de tiempo, olvidé tontamente los elementos más útiles de los que debía valerme para desarrollar mi inquietud.
En ese momento me odié.
Los minutos pasaban mientras intentaba concentrarme en la lectura.
Inconscientemente vacilaba entre acercarme al kiosco, del que me separaban apenas 50 metros, o permanecer en el privilegiado lugar. Lejano para un punto de vista y cercano para otro.
Reiteradamente giré la cabeza hacia ese lugar malsano, pervertido, odiado y necesitado, por no estar aquí, a mi lado… Y varias veces desestimé la idea.
Estaba tan cerca que con estirar el brazo casi lo hubiese alcanzado, pero en las condiciones en las que me desenvolvía, la distancia era una eternidad.
Mi necesidad se acrecentaba con peligro de transformarse en obsesión.
Mi cabeza continuaba el rítmico girar en torno hacia él sin decidir qué hacer. Sobre una silla, la campera, un abrigo, la bufanda. Sobre la mesa, el material, el diario y restos del desayuno. La realidad no pintaba como para dejar estos elementos solos y alejarme aquellos 50 metros. En los cálculos que manejaba con el reloj en mano, cronometrando posible tiempo, corría el riesgo de que mis pertenencias desaparecieran en las manos de algún oportunista entre el gentío que pululaba por la avenida. Nada brindaba garantía. Los vecinos de mesa, enfrascados en lo suyo o aletargados en la somnolencia que producían los rayos del sol. Conocidos, ninguno; y yo desesperado porque todo lo tenía ahí. Me sentía en vena. A punto de parir y me faltaba el bebé.
Acelerar mis pasos en esos cien metros entre ida y vuelta, era demasiado tiempo. Era una cuadra con visión de media. Sería un constante volver la cabeza hacia la mesa durante el trayecto, perdiendo parte del tiempo calculado. Y en el caso de verme apremiado por algún personaje con deseos de adueñarse de mis cosas, me vería obligado a regresar rápidamente, y para colmo, con las manos vacías, sin tan siquiera cumplir con el cometido. Pero, también… ¿Si ese alguien tomara lo que no es suyo y partiera en sentido contrario al mío? Tamaño disgusto me llevaría, y la apremiante situación no me dejaría pensar y mucho menos escribir. Seguramente volvería insultándome sobre cada baldosa… Y yo no estaba en condiciones de perder nada de lo que poseía.
¡El mozo!… ¡Pero cómo no se me ocurrió antes! Él debe tener una lapicera y normalmente los mozos prestan sus bolígrafos a los clientes.
¿Por qué prestarán los mozos sus bolígrafos a los clientes?… Según he visto, la mayoría se “olvida” de devolverlos… Pero el mozo continúa prestando su bolígrafo. ¡Estoica figura la del mozo!
Ciertamente, clavé la vista en la puerta de salida del bar para atraparlo ni bien apareciera; más este se hacía desear.
Las mesas lamentablemente estaban todas servidas, y no había recambios. Los mozos estaban adentro… Ninguno miraba hacia el lugar, no se les ocurría levantar la cabeza y acudir a mi necesidad. Cada cuál atendía su juego y yo me perdía en las perturbaciones de lo inconexo e incongruente de una situación límite y sin salida.
Y el mozo no aparecía… Cuando lo hizo en una oportunidad, solo pude verle la espalda al regresar hacia el interior. Gritarle, chistarle, silbarle, no era nada gratificante para ninguno de los dos y menos para los que estaban sobre la vereda; amén de que aquel llamado, difícilmente llegaría a sus oídos por el infernal ruido que dejaba la avenida Rivadavia a esa hora. Además de autos y colectivos, se sumaba un grupo de obreros que, indiferentes a las molestias que causaban, no hacían otra cosa que cortar con sierra circular, trozos de baldosas a la par de la mesa que ocupaba, levantando un infernal polvo que por momentos hacía insoportable la respiración, sin mencionar el aturdidor ruido que producían.
No. Definitivamente el mozo también estaba ajeno en la consigna de ese domingo que jugaba conmigo desde que me levantara… ¡Y yo que me había envanecido por mis deseos de escribir! Estos desbordaban la quietud de los dedos.
A ver… ¿Y si tomo las prendas y voy hasta el quiosco, adquiero el bolígrafo y regreso al instante?
No. Seguramente, en ese ínterin, el quiosquero demoraría la búsqueda, si es que tuviese, para después demorar un poco más en darme el vuelto. Y cuando regresase a la mesa, esta ya estaría ocupada con otros personajes.
Pero… ¡Qué suerte doblada la mía!… Ninguna salida.
Rodeado de mi propia molestia, continué desestimando ideas para agenciarme de un bolígrafo; pero…, no las archivé.
Pasaba el tiempo en la incoherencia de mis planteos; el esfuerzo de concentración en la lectura, era nulo. Ya me sentía desahuciado y el malhumor se prendía con arañazos desde el interior en mí cuerpo. Nuevamente la presión del olvido y ninguna solución. Más “cuando la noche al fin cae, una luz aunque lejos, siempre se enciende”… Un sonido diferente llegó a mis oídos. De la nada. Desde el mismo espacio de mis pedidos, deseos o necesidades, ese sonido se convirtió en ondas sonoras proyectadas a mi espalda, golpeando mis sentidos, invadiendo el resto de mi ser, estrellándose en el muro de mi absurdo y recreando a su vez la claridad de una solución.
Giré la cabeza y mis ojos observaron incrédulos una mano pálida y venosa, delgada, ajada y huesuda, de largos dedos que culminaban en prolijas uñas suavemente maquilladas extendiéndose hacia mí; mientras, la tarde terminaba de nacer entre el bullicio de la gente y todo lo que aturdía: motores, bocinazos, el repiqueteo de la percutora sobre la vereda y la sierra funcionando ahora, merced a mis quejas, sobre el camión.
Ella estaba ahí, con su blanca y surcada mano. Con la palma hacia arriba y sus largos dedos extendidos, mostraba su ofrecimiento a la vez que pronunciaba un mensaje bien audible:
•¿Un bolígrafo por un peso, señor?…
Y como quien no entiende, como quien ha sido tomado de sorpresa sin darle el tiempo para sintonizar la misma onda, arqueé las cejas, y mi rostro debe haber mostrado algún gesto de incredulidad, porque la voz cascada y desprolija, repitió segura la misma frase: …
•¿Un bolígrafo por un peso, señor?…
La anciana prodigó a mis ojos al momento, sus miradas de muchos tiempos, tristezas e indiferencias. Miradas con las arrugas de antiguas luchas, pedidos, carencias y desidias. Ella ofrecía mansamente su producto… ¿Su ilusión?… Sobrevivir con sus magros beneficios. Cubrir total o parcialmente sus necesidades. Ella está abandonada. Cada arruga de su rostro, cada pliegue en su mirada, acusa con su dedo justiciero, las falacias y falencias de impropios dirigentes. Ella está desprotegida y descuidada por los principios, los respetos, los derechos, la educación y los valores humanos.
Le negaron existencia a sus necesidades de vieja, obligándola a mostrar las carencias con un bolígrafo verde y regordete en su blanca y temblorosa mano.
•¿Un bolígrafo por un peso, señor?…
Había murmurado, enmarcando su voz con una mirada vacía en el hueco de sus ojos y mostrando un referente de los sufrimientos y abandonos premeditados por las altas investiduras de indolentes.
Ella estaba ahí, a mi espalda y con sus manos extendidas. En una ofrecía un bolígrafo, en la otra, más de lo mismo, incluyendo bolígrafos.
Ella estaba ahí…, impedida de disfrutar su vejez por derecho propio, en la tranquilidad de un hogar sostenido por el sacrificio de los años, cuyos frutos desaparecieron de una u otra forma por los descuidos oportunos de nuestros elegidos gobernantes.
¿Se corporizó en función de mis necesidades? ¿Fue tan potente y con tamaña energía la proyección de mis deseos, que le dieron la materia? ¿Era necesario utilizar sus formas para acercar el bolígrafo deseado? ¿Es posible que un deseo, al ser proyectado al espacio, tome forma y se corporice?
Hasta donde dan mis conocimientos, por ley natural, desconozco esta posibilidad. Más allá, no sé.
¿Se creó esta necesidad premeditada por el descuido o el olvido, para ajustar la aparición de la anciana?
¿Qué es lo primero?… ¿El olvido o la necesidad? ¿Un pasaje obligado de la anciana, o un ensamble obligado por fuerzas conjuntas que se encastran en el espacio?
Y más tarde… ¿Lo hice por caridad o por necesidad? Creo que lo único que me impulsó a comprarlo, fue tan solo mi necesidad.
Nada le importa a mi espíritu del resultado que arrojen otros en su análisis diciendo
•‘… Cada gesto es el producto de otro gesto’. –No importa, no fue mi intención-
Su voz sonó a mi espalda; cuando giré la cabeza, con su mano extendida, ofreció lo que yo deseaba.
¿Fue un pedido de la Vida para no detener yo mi marcha?… ¿Para que siga trasmitiendo pensamientos e ideas con la esperanza que estos se esparzan por los tiempos?… ¿Para que no amordace las voces que golpean y gritan, generando nuevas voces en pos de nuevos oídos, produciendo cambios?… Y si así fuera… ¿Por qué eligió a una anciana en lugar de un niño, joven, hombre o tan simplemente, un conocido? ¿Es también un indicio la realidad que mostraba la portadora, para que me asiera a su imagen absoluta y escribiese denunciando los males del hombre y sus aberraciones? ¿Es también un indicio la realidad que mostraba para aferrarme a ella y escribir basándome en la caída del hombre investido, negándose paulatinamente en el barro pútrido y maloliente de su ambición y poder? ¿Fue un hada o un ángel personificado en esa anciana, para satisfacer solo una ansiedad personal en premio por algún cometido justo? ¿O simplemente fue una anciana que vendía bolígrafos para poder comer y yo estaba justo ahí, necesitándolo y no era necesario tener que levantarme para conseguir lo que había omitido al salir de mi negocio?
Lo cierto es que quedé satisfecho como una criatura que desea un dulce, y obtenido éste, pega media vuelta y continúa en su propio juego, ajena completamente a su entorno. Esa fue mi actitud.
La anciana siguió su camino, vendiendo o tal vez desmaterializándose. Nunca lo sabré. No recuerdo haber agradecido su actitud. Es probable que ella, en sus costumbres, conservara la educación provista de buena familia, o tan solo por ser una constante de la venta callejera, haya agradecido mi magra compra.
Hasta ahora no había sentido la necesidad de verla partir o, antes de eso, hablar con ella. Intercambiar palabras. Invitarla a sentarse y tomar un café en mi compañía. ¡No!… No lo sentí… Y lo lamento. Dejó un mar de interrogantes en mis pensamientos. Tal vez, es egoísmo de mi parte.
¿Fue ángel, hada o simplemente anciana?… Jamás lo sabré.

Nota:
El original de este relato fue escrito sobre las zonas libres de la revista dominical, con el bolígrafo que dejó en mis manos aquella señora anciana, a cambio de un peso… ¿Fue así?… ¿O tal vez por sabedora me acercó el bolígrafo para que este relato dejara sentada una denuncia más, de una situación social reconocida por todos y aceptada seriamente por ninguno?
Lo sorprendente de este hecho: el bolígrafo se quedó sin tinta al finalizar el escrito.
Curioso… ¿No?

VEN - Poesía

VEN

A magari

Ven delicada, sumisa.
Sin miedos ni vergüenzas.
Orgullosa o como quieras.


Bebe de esta fuente de Vida que te ofrezco…
Y humedece en mis aguas,
tus ojos, tu boca, tu rostro.
Tu cuerpo todo, refresca en ellas.

Ven, bebe de mí. No te detengas.

¡Ah!... Y no temas.
Deja en mi blanca arena, tus pensamientos.
También tus debilidades, tristezas y sometimientos.
Fortalece tu alma, en el beber de mis venas
y templa tu espíritu en mi espíritu. Energía que enajena.
Luego, regresa feliz... ¡Grande!... A tu mundo
y abandona esta inmensidad, hasta que decidas.
Hasta que vuelvas.

Entonces, yo estaré en el vergel a tu espera
purificando mis aguas, para cuando regreses
limpies a tu Alma, de impurezas
con sed de mí
nuevamente en ellas.

SINDROME DEL TIEMPO - Relato-reflexión

“No huyas, el tiempo está dentro de ti.” Tonycarso
A Laurita y Magari
SINDROME DEL TIEMPO
La suela de su zapato derecho estaba a punto de asentarse sobre la superficie del pavimento de la gran avenida, cuando su semáforo privado le alertaba un cambio en sus cálculos. Muy adicto a ellos. Se le había hecho una constante adelantarse a los hechos, y también al mismo tiempo. Los realizaba por medio del razonamiento basado en sus propias experiencias y en alguno que otro supuesto. Quedó estático al borde de la acera. Recién apenas el amarillo superaba al verde… Y aquel colectivo transportando pasajeros, avanzaba casi pegado al cordón de la vereda, sin disminuir la velocidad como él lo había previsto -frenando frente a la franja peatonal que demarcaba el inicio del cruce de aquella avenida con la calle angosta, justo cuando la señal roja iniciaba su apogeo-; pero no, aceleró contra toda ecuación en la que estuviese involucrada la lógica… Como si el tiempo lo estuviese persiguiendo o él persiguiese al tiempo. Avanzar, no detenerse. Hacerlo era quedar. ¿Más importante era lo porvenir?... Claro, tiene el dulce sabor de lo desconocido, misterioso y esperanzado. Lo que queda atrás, se supone ya sabido, pero sin darnos cuenta dejamos infinidad de puertas ignoradas o cerradas y nos alejamos presurosos sin tomar conocimiento de lo que habita tras ellas. Avanzar es la consigna... ¿La determinación?... ¡Del chofer! Los pasajeros cansados, ensoñados, dormidos o simplemente despiertos en un viaje nocturno. Inconsultos, iban rumbo, a sus destinos. - ‘¿Destino?’ -Se dijo el hombre inquieto sobre la acera-... ‘¿Cuál destino?... ¿El que regía por intermedio de aquel conductor prisionero de una actitud egoísta e irresponsable?’Las 21:30' aseguraba el campanario de la Basílica. Tenía tiempo y de sobra; pero su reloj interno le apuraba el ritmo sin advertirlo y sentía la necesidad de llegar rápidamente. Le restaban tres cuadras para cumplir su cometido. Tampoco él escapaba al torbellino de aquella obsesión. El colectivo no aminoró la marcha. Corría la carrera absurda contra el tiempo anteponiendo la excusa de un semáforo, y pisaba la franja blanca peatonal cuando el rojo gritaba su alerta a la cordura y la sensatez, al tiempo que surgía como traído de otra dimensión, aquel bólido de metal y carne desde el lado opuesto sobre la parte central de la avenida y en la misma dirección. Él también corría al tiempo. Para él también sería mejor el tiempo por delante que el que lo perseguía. El tiempo… tesoro preciado que todos buscan de cualquier manera. - ‘¿Ganar luz verde en el próximo cruce?... Descartado. También pintaba rojo en sus señales... ¿Entonces?... El tiempo. Sí, el tiempo y la intolerancia: ésa era la respuesta.’No se alcanzó a ver el rostro de su conductor, pero el hombre desde su lugar sobre la acera, lo supuso contraído, porque escapaba al tiempo de atrás, aquél que lo podía detener. Se adelantó al colectivo obligándolo a una brusca frenada en un giro imprevisto del volante hacía la derecha por delante de su trompa, para retomar la calle angosta que hacía cruz con la gran avenida.Las 21:30’ y las campanadas de la torre de la Basílica continuaban confirmando aquella hora.Todos dejaban la sensación que apuraban sus pasos para ganar tiempo, para no perderlo, sin pensar que lo que debe venir, vendrá… Siempre habrá un después. El hombre observaba quieto y expectante con su tiempo detenido al borde de la vereda. Mientras las huellas del automóvil quedaban marcadas, muy a pesar de su chofer, como un señuelo en el pavimento y su chirrido servía de corolario al último son de aquellos bronces. El colectivo siguió su marcha, regulando ahora su velocidad. El golpe fue seco y un sordo estampido estremeció su cuerpo. El hombre continuó con aquel movimiento interrumpido iniciando el cruce de la gran avenida. Sus pasos ahora lentos. Comprendía que su tiempo, sea cual fuese, sería eterno mientras tuviese energía en su cuerpo. Sus pies en el piso, pero el alma se le había disparado y sus sentidos quedaron atrás. El volquete donde arrojara el envoltorio de las galletitas consumidas, había dado un brinco sobre la vereda y amontonado sobre él, simulando un abrazo indefinido y póstumo, los restos del automóvil. El chofer, al que no logró verle el rostro, al fin había sido alcanzado por el gélido tiempo detenido… Y sin él saberlo.Quedó con sus brazos extendidos intentando alcanzar el tiempo de adelante... escapando al de atrás.

TORBELLINO - Relato fantástico

“El sol grita su luz... Y nosotros la ignoramos sumergiéndonos en la oscuridad de la noche.”
Tonycarso
TORBELLINO
A Magari



- “El tiempo se nos viene encima. La noche nos pisa el Alma y el mundo se halla inmerso en la oscuridad”…
Tales eran los pensamientos de aquel guerrero cansado, agobiado por las inclemencias de las confrontaciones en batallas con seres como él. Seres que defendían sin conocimientos de lucha, lo poco que poseían: sus pequeñas pertenencias, sus familias, sus causas, sus motivos por conservar la Vida, y que en su mayoría eran avasallados por el poder organizado del hombre ambicioso y despótico.
Él había sucumbido cuando joven a los hechizos de la empuñadura de plata y oro de la que sería su espada. Ella en sus manos era conducida como ninguna. Todos murmuraban la posibilidad de una energía propia que regía los destinos de otras vidas con tamaña destreza… Y por el sendero del corte exacto a la altura del cuello, dejaba un torso huérfano, sin cabeza, sin brazos, o sin piernas, despedazando en un vaivén de armoniosos movimientos, un cuerpo que caía lentamente sin vida, mientras de él se alejaba la sangre y su alma se desvanecía en un infinito de niebla y polvo, cargado de historias apagadas.
Agotado, angustiado, abatido en los constantes desafíos con sangrientos desenlaces en enfrentamientos propios de quien depende de sus armas, provistas por un ejército de conquistas, para combatir ideas y bienes ajenos, considerados impropios por el poderoso. Cansado de manchar la tierra y su cuerpo con el fluir de la sangre y presenciar despojos como alimento de alimañas y aves de rapiña, aplastó el polvo del camino con sus rodillas descubiertas, dejó las manos apoyadas en la empuñadura gastada de su espada clavada en la tierra e intentó ocultar entre ellas su curtido rostro inundado por las lágrimas, de aquella luna curiosa que a toda costa quería saber de su dolor.
Suplicó perdón a la Vida por su pobreza en un delgado hilo de voz lastimera desde lo más profundo de su garganta seca, con ansias de redimirse mientras que por las cuencas de sus ojos brillosos pasaban las imágenes de la última cruenta batalla. Todo un pueblo había sucumbido ante su espada y la de sus compañeros.
Con furia irguió su cuerpo. Tensó las fibras de cada músculo y se encaminó resuelto hacía el borde del acantilado; con un grito desgarrador que nació de toda una vida cargada de muertos, arrojó su espada y tras ella, su cuerpo inició el descenso vertiginoso que lo llevaría por el sendero de la oscura eternidad.
… Y en aquel silbar del viento en sus oídos, con una mirada vacía de tiempos, se pregunto…
- ¿Y ahora?… ¡Qué!
Un golpe seco se propagó en eco y penetró en el corazón de la Tierra; fue entonces que el guerrero se perdió en las sombras de una noche sin ambiciones ni dueños.

Aquellos que sin sufrir, ignoran - Prosa

Aquellos que sin sufrir, ignoran


Avasalladora, arrogante, indolente e indiferente te avienes por las calles de las noches de mí andar. Me sustraigo… -Tal vez repetido mil veces, o tal vez sólo mencionado en alguna-… Te cancelo, hasta intento no permitirte la entrada, pero débiles las defensas se repliegan y llenas los espacios con los sones de tu ingreso… Y es entonces cuando aspiro nuevamente el perfume de tu piel alejada, escondida, evadida… Es entonces que enciendes la luz en mi entorno con la mirada de… ¡OH contradicción!… tus oscuros ojos… Es entonces que me abandono a tu antojo y me detengo siempre mirando hacia el norte, ora hacia el este, ora hacia el oeste o también “mirando al sur”… según me encuentre en posición a tu casa… Y elevo sobre los edificios mis ojos que lanzan sus miradas ansiosas con el febril deseo de encontrar sobre los tejados algún mensaje que dejaras como al descuido, con el que alientes mi dura espera.Con el suspiro sostenido, bajo pesaroso la mirada desde aquellos montes imaginarios, y es ahí entonces cuando, asumido el orden que impone crudamente la realidad entre baldosas flojas, veredas en sombras, calles desiertas y un silencio que sobrecoge la soledad de mi alma…, sucumbo ante la orfandad del amor.Expulsado el suspiro, aspiro y respiro tan profundamente que queda la sensación de haber sustraído al mundo su oxígeno y extiendo mis manos etéreas, sostengo a mi alma dolida y la atraigo hacia mi pecho, intento abrigarla con el calor que le falta y la guardo en el bolsillo de los tesoros del hombre, apartándola de las gélidas actitudes de los que se alejan, de los que ausentes, ignoran.

Y el sol fue a parar a tus manos - Poema



Y el sol fue a parar a tus manos

Desperté esa mañanacon
gris oscuro en mis ojos
con gris ceguera en el cielo
¿Y el sol?... Cautivo. Recluido

Vestí mi cuerpo en premura
Rugía en mis venas
esa dura consigna
¿Y el sol?... El sol se había escondido

La languidez de lo mustio
adormeció la mañana
y mis ojos ciegos inquirieron…
¿Y el sol?... El sol ya corrompido

Mojó la lluvia mi cara…
O fueron lágrimas… -no importa-
Lo cierto, bañaron mi rostro
¿Y el sol?... El sol ya tenía su nido.

Las calles mojadas
promiscuas en el frío
devolvieron a mis pasos, los vacíos
¿Y el sol?… El sol tal vez seguía dormido.

Pero un grito
sacudió a mis oídos
y la realidad abofeteó mi existencia
Mi alma yacía en jirones
atrapada entre altas ramas de los tilos

¿Y el sol?… Al sol esa mañana
tu silencio lo había suprimido.

LA CASONA DE LA NOCHE NEGRA (Entre margaritas y malvones)

"Siempre hay error entre los hombres cuando no se posee la seguridad en sí mismos" Tonycarso

LA CASONA DE LA NOCHE NEGRA (Entre margaritas y malvones)

A Magari

La esperó solapado en un rincón de su cuarto, al abrigo de la oscuridad de una lámpara sin luz y de una noche en la que la luna incipiente, lastimosamente prestaba reflejos de sus rayos de plata sobre el viejo naranjo del patio trasero de la casona.De vez en cuando, en alguno que otro movimiento para cambiar la postura, sus ojos inyectados de odio se mostraban tenebrosos ante el refulgir de un haz de luna en la ancha hoja de metal de aquella cuchilla que tomara a hurtadillas de un cajón del mueble de la cocina. Su intención macabra lo concentraba en su condición de animal-bestia al acecho.Evitaba encender un cigarrillo para calmar su ansiedad, porque no debía alertar a su presa. Controlaba a duras penas su respiración que galopaba en sus pulmones.No podía fallar… ¡Este era el día!… ¡Esta era la noche!Él sabía y estaba convencido… Las costumbres eran sus aliadas. Pronto vendría a darle el beso de las buenas noches y estaría preparado para culminar la obra que lo obsesionaba.Transpiraba su sudor y bañaba su cuerpo en él… El calor y la presión se hacían sentir... Eran insostenibles, al igual que la invasión de insectos a los que soportaba estoicamente.El mango de aquella cuchilla siniestra se le había pegado a su mano izquierda.Los segundos eran minutos y estos, horas. Sus nervios lo consumían… Cuando se escuchó el familiar sonido proveniente del arrastrar de las sandalias, en su rítmico andar, que acercaban con sus cortos pasos a la mujer que lo gestara 33 años atrás…, contuvo la respiración. No temía quedar sin aire.Crispó su mano en el mango de la cuchilla, la hoja se elevó ardiente en pie de guerra. Hambrienta, amenazante y conocedora de su poder destructivo en manos de un ser poseído por el descontrol y las fuerzas macabras de las sombras eternas.Aquella mujer de paso cancino, regordeta con su carita redonda, cargando años de sacrificios, llantos, oraciones, esperas y frustraciones, y una que otra esperanza, penetró en la habitación como lo hiciera durante tantos años, como un ritual impostergable.A tientas, pero segura, se dirigió hasta la cama de su hijo, mientras su voz maternal prodigaba en ese espacio cargado de oscuras intenciones, su aliento de ternura.... Manu… Manu… ¿Ya estás dormido hijo? Vengo a darte... -Y su voz quedó trunca en la garganta. Ya no podía completar aquella frase de todas las noches. Tampoco habría palabras nuevas en ella-La hoja de acero arrojaba destellos intermitentes en la oscuridad. Hambrienta de carne y sangre, dibujó un arco abriendo el aire de un tajo y penetró sedienta, certera y ambiciosa en la espalda arqueada de aquella sorprendida e indefensa anciana. El primer golpe sonó seco y dijo de la rotura de algún gastado hueso que se cruzara en su camino… Pero a él no le importaba cuál. Estaba concentrado en su tarea. No podía detenerse ante insignificantes sucesos. Su mano derecha estaba enredada en la abundante y blanca cabellera de aquel cuerpo inerte desde el primer desquiciado golpe; la sostenía de pie, mientras su mano izquierda, blandiendo con fuerzas el mango caliente, ascendía y descendía por el mismo arco sin intervalos. Una y otra y otra vez… llegaba hasta la superficie de la carne, señal suficiente que indicaba que la fría hoja había llegado a su destino. Cien veces se elevó por los aires, y otras cien veces cayó convencida de un surco nuevo.Extenuado y con el brazo acalambrado por el esfuerzo violento y asesino, dejó caer el cuerpo de su madre al piso y se aplastó en la cama para recuperar energías. Su pecho subía y bajaba en respiración agitada. La excitación lo había llevado a un estado de situación extrema haciéndolo pasar por constantes ahogos.No supo cuanto tiempo quedó con la mirada pegada en la oscuridad del techo. No le importaba carecer de un punto de referencia, es más, daba muestras de no importarle absolutamente nada. Él tenía sus propias imágenes calcadas en la mente… Y las fue repasando con lentitud, justificando con sus análisis, la acción.Al cabo de aquel tiempo de inanición, de un salto se puso de pie y se encaminó hacia el patio, que ahora estaba más iluminado al animarse la luna a invadir el espacio sin permisos. Quitó la madera que cubría el pozo que cavara con anticipación y excusas inverosímiles y regresó a su cuarto, se inclinó sobre el cuerpo inerte de su madre y, como un experimentado desarmador, metió sus pulgares en el hueco de los ojos y presionando en ellos, los arrancó con un solo movimiento, los colocó dentro de una bolsita negra y a su vez, la envolvió con un pañuelo de seda amarillo. Más tarde, arrastró el cuerpo sin vida hasta el pozo arrojándolo sin contemplación y con odio. Un ruido sordo surgió de su interior y se apagó sin eco en el silencioso hueco de la madrugada. Dejó caer de inmediato el pañuelo amarillo con su contenido macabro, que siempre maldijo en su exasperación.Poco a poco cubrió el pozo. Durante el día apisonaría la tierra y plantaría en honor a ella margaritas y malvones en la superficie.Se quitó la ropa, limpió prolijamente el cuarto y en otra bolsa grande, metió todo aquello que lo comprometería, depositándolo en la vereda en el preciso momento que hacía su aparición el camión recolector de basura. No quiso correr el riesgo de manos anónimas y necesitadas de elementos que nada tenían que ver con su contenido.¡Al fin estaba solo!... ¡Al fin lejos de tantas recomendaciones molestas!... ¡Ya no más caricias de manos ajadas, ni molestos besuqueos con aliento a viejo!Después vendría un cuidadoso baño y con su cuerpo mojado se recostaría sobre sábanas limpias, adentrándose en su sueño de lo-cura y paz.La madrugada corrió sus horas y los primeros visos de claridad provenientes del alba, iluminaron tenuemente la habitación ordenada.Manu dormía su sueño de otros infinitos sueños.El reloj sobre la mesa de noche marcaba las 7 y 30 de la nueva mañana, mientras el sol prestaba generosamente algunos rayos que acariciaron los revoques caídos de la pared medianera del patio trasero. Dos viejas y ajadas manos abrieron las celosías de una de las siete habitaciones que daban a la larga galería. Fue entonces que las baldosas dejaron oír el familiar arrastrar de gastadas sandalias en un recorrido acostumbrado y matinal, dirigiéndose a la cocina, seguido de ruidos de jarros, cubiertos y agua llenando algún recipiente… Y un desayuno humeante con olor a tostadas que partían desde la bandeja, que portaban aquellas manos, iba rumbo a la habitación de Manu. Debía despertarlo con el desayuno en la cama como era su costumbre de tantos años. Una nueva jornada se iniciaba y tenía que partir a horario para su estudio.¡Manu!… ¡Manu!… -desde muy lejos, entre sueños, le llegaba esa voz a sus oídos… apenas audible-.¡Manu!… ¡Manu!… -se reiteraba esta vez mucho más clara-.Aquella voz femenina invadía la paz de sus sentidos.Entre el sopor y la confusión, no podía comprender lo que ocurría.¡No!… ¡Nada de esto era cierto!… ¡Ella estaba muerta!… ¡El se había encargado que lo estuviera! Había dejado en su cuerpo profundas heridas con una hoja de acero, despertando borbotones de roja sangre, ante sus ávidos ojos en los que solo había locura extrema.¡No!… Esa imagen era una mentira. Sus ojos, esos ojos profundos y oscuros que siempre lo desnudaron, y en los que jamás pudo mirarse… Aquellos de mirar intenso que lo confundían e inhibían y por lo que lo abrasaba un odio incontrolable y que jamás le pudo encontrar una explicación coherente… Y ya no le interesaba saberlo. Los odiaba. ¡Si!... Y ya estaban cerrados y enterrados en el patio trasero con un cuerpo, cuyo rostro mostraba solo huecos en lugar de un par de ojos.¡Ella estaba muerta…! Y con ella, su alma habría desaparecido. ¡No!… No podía ser de ella esa voz. Su subconsciente le estaba jugando una mala pasada… Pero la voz se hacía cada vez más clara y audible… Tan dulce y colmada de amor como cuando estaba en su vientre y lo acariciaba, arrullándolo en canciones de esperanzas… Esperanzas forjadas en las mentes de las madres, en las que se comprometen a evitar que a sus hijos los invadan las cosas feas, al proyectar un mundo diferente para ellos, producto de inocentes sueños, sin tener en cuenta que el mismo mundo está formado por miles de millones de conceptos diferentes entre sí.Sintió una cálida y suave mano en caricia sobre su rostro que conmovió todo su ser acelerando el ritmo de los latidos… Y cuando abrió los ojos, regresando de aquel macabro sueño, la sangre se congeló en sus arterias, sus músculos se contrajeron, la piel se puso tensa, mientras el corazón sin aviso previo, estalló… Ya no había vida.En su rostro quedó reflejada la tremenda impresión recibida. Sus ojos grandes, desorbitados, mirando la nada… O tal vez, quién sabe, un todo.Su madre solícita y sin darse cuenta de la situación, dejó la bandeja sobre un banquito próximo, inclinándose para darle un beso en la frente. Fue entonces que tomó conciencia de su quietud y rigidez. Alarmada comenzó a sacudir el cuerpo de su hijo. Un sudor frío inició su descenso mojando su viejo vestido, y anunciaba la entrada triunfal de la gélida muerte en esa casona. Al intentar apoyarse en la mesa de noche para sostener su tambaleante figura, cayeron al piso en un frasco, restos de la debilidad humana, autora del alejamiento definitivo de su hijo.Al inclinarse nuevamente sobre el cuerpo quieto, apoyó su cabeza en aquel pecho desnudo, con mucho dolor y resignación, y lloró sus lágrimas de rojo sangre de huecos ojos, sin ojos, mostrando su espalda con heridas abiertas por cien certeras puñaladas que el desposeído asestara durante la noche negra.Manu había partido y con él los proyectos, los sueños y las esperanzas de una madre ilusionada.El llanto y lamento brutal en grito desgarrante que arrancara con dolor de su pecho, se dispersó callado, por los silenciosos confines del viejo barrio.Esa mañana se mostraba en plenitud. El verano estaba en su apogeo. Desde temprano, la temperatura amenazaba con ascender sin contemplación. Los vecinos iniciaron sus diarias salidas o entradas y cada uno de ellos, embebidos en sus propias quimeras, ignoraban gran parte del mundo que los rodea. Jamás oído alguno escuchó el angustioso grito póstumo, que quedó prendido en los rincones oscuros de los suburbios.Eran las 11:00 de la mañana, cuando la puerta cancel se abrió y dio paso por el antiguo zaguán de baldosas cubiertas de fino polvo, a la figura de una mujer enfundada en clásico y elegante traje de corte sastre, medias color humo transparente y calzado de tacos altos. Sus pisadas eran firmes y su taconear lo confirmaba. Tras ella, 5 muchachos sonrientes y ansiosos la seguían. los ojos sediciosos, contemplaban con ansias su generoso cuerpo.- Son 7 habitaciones, un comedor muy grande, 3 baños completos, un patio delantero, otro trasero con un gran naranjo rodeado de margaritas y malvones, una cocina grande y antecocina.- Un poco de higiene y la pueden habitar… – concluyó la hermosa señora, con sonrisa enigmática, dando los costos y formas- El contrato se firmó en el mismo lugar y la casona se habitó en el acto.Cuentan algunos vecinos de ese entonces, que aquellos muchachos estudiantes, hoy ancianos, jamás se casaron… Y jamás abandonaron aquella casona, solo para sus estudios y necesidades primarias. Lo que desconocían, eran las causas que habían motivado tal decisión en los 5 muchachos. Desde el primer día se mostraron complacidos por la calidez de ciertas caricias que recibían al acostarse y antes de penetrar en sus sueños, mientras una suave y tierna voz de anciana les susurraba en sus oídos: - … Manu… Manu… Que tengas buenos sueños, hijo… Para un dulce despertar.