martes, 12 de agosto de 2008

Los espejos de mi alma

Los espejos de mi alma
A Maca

Hoy voy a limpiar
los espejos de mi alma
hasta el más recóndito espacio
entre sus ángulos.
Intentaré borrar
las imágenes guardadas
esperando no sumirla
en el calvario.

Hoy, voy a acariciar
con sutil y suave paño
la superficie
de los espejos y sus entrañas.

Sacudiré a los vientos
los recuerdos…
Y en el intento…
Espero no quedarme sin el alma.

CONCEPTOS…

CONCEPTOS…

Sepia es la leyenda. Es el pasado… Pero a decir verdad, sepia es todo lo que está ocurriendo.
El presente es una delgada capa imperceptible, es la línea ínfima divisoria; es algo tan efímero, que tal vez ni exista entre el ayer y el mañana.
¡Es tan veloz el presente!... Casi no se alcanza a percibir su paso. Es una ráfaga constante; aunque extienda la mano con intención de detener algo en ella, nada queda. Todo como viene pasa… De un lado lo sepia, del otro, blanco nieve o transparente, según se quiera ver el futuro.
Nada detiene al tiempo, sólo la mente, en mis pensamientos en un sutil engaño virtual.
Logro escribir y hablar en presente pero cuando lo hago, ya es pasado.
No obstante, a veces creo que el presente es constante, permanente. Sin un antes ni un después, pero ese concepto trastabilla cuando el peso del pasado en mis hombros, hace acto de presencia para resguardar mi identidad.

Los sonidos… ¡Aquellos recuerdos!

Los sonidos… ¡Aquellos recuerdos!

- ‘¡Plof!’ -Sonó a hueco- Ese zapallo no sirve -...Y el peón, desde el camión, lo arrojó al vacío-
Tony continuó escuchando atentamente los cachetazos que había inculcado a cada uno de los 6 obreros de campo sobre cada pieza. De esa revisión dependía el buen precio que lograría su padre sobre un mercado amplio como el de Buenos Aires.
Los sonidos se habían hecho carne en él y no solo se deleitaba en los golpes que aquellos daban, más, cuando alguno emitía uno desafinado, su ego se llenaba de todo al mostrar un conocimiento natural. Pero las siestas, esas largas siestas en donde el músculo más rebelde reposa durante las calientes horas de un rígido verano norteño, en donde ni el ladrido de un perro muerde el espacio, en donde se escucha lastimosamente algún cloquear de gallina aburrida en busca de insectos distraídos, en donde los oídos se le inundan de chicharras en preguntas y respuestas mientras el paso acelerado, suave y apagado de algún lagarto, deja una minúscula estela de polvo sobre el sendero elegido… Esos sonidos de propiedad exclusiva de la naturaleza, son con los que él se deleitaba y adormecía en la modorra, bajo la sombra -en andar cansino- de un viejo algarrobo.

lunes, 11 de agosto de 2008

El valor relativo y absoluto de un rollo fotográfico



“El presente, una delgada capa imperceptible. Una línea ínfima divisoria… Algo tan efímero que tal vez ni exista entre el ayer y el mañana.”


Tonycarso



A Laurita



El valor relativo y absoluto de un rollo fotográfico



- ¡Excelente Tony!… ¡Excelente la obra que has presentado!… -lo felicitaba Carlos mientras otros a su vez, exclamaban- ¡Es sin duda la mejor!… -a la par que el resto sentenciaba-
- … ¡Es la foto que debe lucir el primer premio y no un tercero como le asignaron!
- … Y… Son cosas del amiguismo -aventuró el viejo colega en voz baja-.
- Tengan en cuenta que el autor del primero y segundo premio, es la misma persona… Y sin desmerecer sus obras, es el que provee de productos al laboratorio del club organizador… -Concluía en tono sarcástico e infidente, el viejo fotógrafo-
Cansado de poner su ojo tras el prisma, como dejando en el aire los elementos de sospecha para una denuncia y cancelación definitiva del certamen.
Aquellas palabras tiradas al aire por alguien de peso, minaron el ambiente; desde ese momento, cualquier concurso futuro, tendría un dejo de dudas sobre su seriedad.
Pero Tony mantendría su postura inalterable; había medido las falencias. Rápidamente y convencido que lo suyo era lo correcto, aceptó la imposición del jurado.
Llegó para competir contra “Los Grandes” en su primera participación en la categoría mayor, exponiendo sus obras, producto de su innata e incansable inspiración creativa trasladada al negativo en las andanzas de un fin de semana.
- El tema es libre dentro del recorrido desde la estación Retiro hasta El Tigre… -había sido la consigna dada por los directivos del foto club-
… Y allá fue con el bolso cargado de elementos que en su mayoría ni usaba, pero que llevaba ‘por si las moscas’.
¡No!... Para Tony ya estaba todo dicho. Su naturaleza lo dejaba conforme con el solo hecho de demostrar y principalmente demostrarse, que tenía un alto valor de creatividad entre sus oponentes fotógrafos y artistas consumados. Alguien le había arrimado a su oído, que en su obra leía se leía una poesía de la imagen.
Se había probado a sí mismo, y el tercer premio otorgado no dejaba de ser un triunfo… Pero, por las derivaciones que tuvo el concurso, desvirtuando la nobleza de un certamen cristalino, aquel rollo de fotografía que usara para sus obras, pasaría a tener para sí un valor relativo.
Diferente fue cuando contrataron sus servicios por primera vez para un casamiento.
Ese primer rollo que emplearía en el civil y la ceremonia religiosa tendría una historia muy probada.
Tembló cuando asumió aquel compromiso, aunque le alegró la vista ver sobre el escritorio los primeros billetes que llegaban a sus manos como un anticipo y confirmación de sus conocimientos bien asimilados. No obstante, cuando tomaba conciencia, sentía que el piso se movía. Sabía de su responsabilidad y si bien estaba seguro de su profesión, desconocía todos los pasos a cubrir. Así fue que a partir de ese momento, y durante los dos meses de tiempo que lo separaban de la fecha prefijada, lo empleó en parte viendo álbumes de colegas, acudiendo al Registro Civil de la zona durante los días hábiles y a los templos los fines de semana.
Su obsesión era tal que cierto día, para asegurar las tomas durante la ceremonia en el civil, se calzó un traje y se mezcló entre los invitados, llegando a darle un beso en la mejilla a la mamá del novio mientras la felicitaba por el acontecimiento, y así conseguir introducirse clandestinamente y espiar el desenvolvimiento de sus colegas.
Sabía que, mal que mal, el fotógrafo de turno, le daría las pautas de ubicación y tomas.
Una vez finalizada la ceremonia saludó a la pareja de recién casados con un efusivo abrazo y beso en la mejilla de la novia. Sólo le restaba imaginar un festejo.
No recordaba el procedimiento que empleó aquel fotógrafo cuando realizó el suyo. Indudablemente estaba en otra cosa… Pero el álbum que guardaba, le dio datos preciosos.
Y llegó el día tan mentado y temido. Transpiró la camisa por los nervios que lo consumían. Pero, la responsabilidad es prodigiosa, logró sustraerse por completo y logró, sin darse cuenta, salir airoso en cada paso que fue dando. Salvó el civil, franqueó la ceremonia religiosa, también pasó el parque y llegó el salón. Para ese entonces, ya era un fotógrafo profesional sobre la tierra… Pero su atención continuó hasta el final cuidando el detalle de cada toma elegida y utilizando tantos elementos como los que llevara en aquella oportunidad; hasta se lamentaba por no haber cargado con otros que podrían haberle sido útiles y que se le iban ocurriendo. La obsesión hizo de él, una máquina creando imágenes en toda la noche.
Cuando el festejo llegaba a sus finales y el salón lentamente se poblaba de vacíos, pidió a la pareja que lo siguiera para lograr el cierre en la presentación del álbum.
Estaba más que conforme. Sentía una amplia satisfacción saber que cada hecho estuvo medido por el conocimiento y la responsabilidad.
Pasaron veinte días. La pareja regresó de su luna de miel; los esperaba un muestrario con fotos que habían recibido exclamaciones de admiración y lo llenaban de orgullo, elevaban su autoestima y expandía su vanidad que intentaba ocultar permanentemente. Al cabo de una semana y por teléfono, recibió la primera y desagradable queja.
- ¡Los encuadres no son correctos!... ¡Tienen demasiada luz!... ¡Hay invitados con los ojos cerrados!... ¡No me gusta como estoy en las tomas del parque!... ¡El vestido se me ve arrugado en un costado a la altura de la cintura!... Y...
El pantalón se le cayó. El día se hizo noche y el edificio se le vino abajo. Supo que no debía esperar reconocimiento alguno de la mayoría de las personas cuando el dinero bailaba como anfitrión en el centro de ambas partes y los comprometidos se transforman en renuentes a pagar después de contraída la obligación.
El material se terminó de elaborar y la pareja mal predispuesta, se avino a recibirlo finalmente.
Las tomas eran decididamente inmejorables y magníficamente elaboradas... Pero no así apreciadas. Y fue entonces que una vez más, aquel primer rollo fotográfico, de un valor absoluto, se transformaba en un simple valor relativo.
A partir de esa experiencia mantuvo el manejo de todos los rollos bajo la estricta y rígida postura de un valor relativo. Relativo en las tomas de la familia que posteriormente se desintegraría. Relativo en toda nueva relación que al tiempo se diluía. Relativo en aquel fiel compañero canino que cansado de estar, partió sin avisar. Sí, definitivamente optaba por darle un valor relativo a cada rollo fotográfico que pasara por sus manos. Pero… ¡Llegó el día!… Aquel día ese rollo le diría a Tony la importancia que reúne un rollo fotográfico en la vida de un hombre, fuera de su utilidad como un elemento histórico, legal, probatorio o simple espejo del tiempo arrojado en un papel.
Tenía que pasar todo ese tiempo bajo los pies de Tony para que llegara ese preciso instante en el que el valor absoluto de un rollo de fotos gritara su propio valor, reclamando autenticidad y un pedestal.
Había pasado demasiada agua bajo el puente y también desde que abandonara aquel viejo local. Probaba hoy suerte en una especie de cueva. Un reducido espacio de dos por tres en una galería con escasa afluencia de público… Pero la apechugaba con ventas y conexiones paralelas y afines al rubro. Hasta que llegó el verano y la gente empezó a ralear. De poco, pasó a nada.
Los días se sucedían y también las ausencias. Aunque pequeños -porque cuidaba el detalle-… los compromisos o las deudas se acumulaban.
Sus cálculos ya no servían. No había con qué sustentarlos en la realidad.
- ¿A cuánto tenés el rollo de 36?... -Preguntó el hombrecito con rasgos orientales que se asemejaba más a un duende que a un humano, pero con un buen castellano-
- Este vale ocho y aquél, nueve. -Le respondió Tony, encendiéndosele una lucecita de esperanza en el bolsillo de su pantalón-
En él no había una moneda... Bueno, tampoco en su “riñonera” y mucho menos encanutada en algún escondido rincón. ¡Cero pesos!... Era su verdad. El alma sonrió. Creyó que su hija tendría el codiciado y necesitado “dinerillo” para llegar a su trabajo recientemente logrado y por el que se encontraba orgullosa. Su primer empleo.
Contaba con el apoyo de su padre... Pero sin valor del escaso metal no sabría cómo enfrentar la delicada situación.
Sin contestar, el hombrecito de rostro oriental y castellano correcto, dio media vuelta y partió.
Las sombras regresaron a los ojos de Tony; las horas de la siesta comenzaron a deslizarse acercándole la llegada de su hija, de paso al trabajo, mientras en su estómago aumentaba el concierto de carencias desde hacía 36 horas... ¡De repente!... Como siendo atraído por el fuelle llamador de la insuficiencia, llegó el hombrecito de rasgos orientales y perfecto castellano reclamando su rollo de 36 exposiciones. Presuroso y gustoso Tony se lo entregó con algunas explicaciones necesarias, y aquel hombrecito partió… También lo hizo su hija.
Fue entonces que Tony comprendió del valor absoluto de un rollo fotográfico, cuando se transforma en la única carta de crédito, para matar un compromiso y acallar el apetito... Aunque más no sea por un día.

domingo, 10 de agosto de 2008

El hombre alado


'A veces creemos que el presente es constante…Permanente. Sin un antes ni un después. Pero ese concepto trastabilla cuando el peso del pasado en nuestros hombros, hace acto de presencia para resguardar nuestra identidad.'

Tonycarso

El hombre alado


El hombre hizo lento su camino. Tan sólo faltaban diez minutos para llegar al lugar de la cita concertada. Cita de sábado por la noche que se repetía desde un tiempo atrás. La cena era compartida y le agradaba desgranar sus palabras en pos de oídos hambrientos de relatos, sentires y rimas en metáforas.
El hombre caminaba lento; nadie apuraba su paso. Era como si en cada movimiento absorbiera un poco más de la Vida. Sus pensamientos confluían en un punto y por más que quisiese alejarse de él, caprichosamente regresaba a escondidas jugueteándole a su pesar.
Deseaba desplegar las invisibles alas en su presencia entregando definitivamente el alma en la extensión de aquel abrazo alado.
Su peso no era peso que disgustara en su paso lento. Sus pensamientos estaban más allá de las molestias por las contradicciones. Él avanzaba... Él arremetía... Él insistía en su terquedad hosca y solitaria...
- Algún día… – se decía -… se abrirían las puertas de la gloria y la dicha definitivas.
El hombre ensoñaba sus pensamientos con el recibimiento por venir. Imaginaba recepciones... Manos que se tocan con ansias de ser prisioneras en momentos eternos... Miradas en silencio, de silencios en miradas que deshacen, escudriñan y entregan el alma sin contemplación, sin temores y con tiempos a la magnificencia de la Vida.
Apoyó el pie en el umbral de la puerta, mientras su corazón se transformaba en un tambor selvático anunciando la aparición esperada.
La sangre bullía en su cerebro y tuvo que buscar apoyo en la pared lateral para aspirar profundamente… Los ahogos eran continuos... Las ansias estaban acumuladas y el solo hecho de imaginar su figura descendiendo las escaleras, con la sonrisa clara dibujada en el rostro, el abrir nervioso y torpe de la puerta apurada por entregar el abrazo a un abrazo esperado, hacía vibrar su cuerpo manteniéndolo en vilo. La mano se apoyó franca y abierta en la pared, su cabeza fue hacia abajo para tomar una bocanada de aire y despedirla en una exhalación. Repitió varias veces estos movimientos hasta regresar a la normalidad y retomar la seguridad de su postura.
No tuvo en cuenta el tiempo transcurrido, y se sorprendió observando en la penumbra de la noche iniciada, el ramillete de flores blancas que colgaban del laurel… Pero no dispondría de ellas. Esta vez prefirió que quedasen y terminaran su período de Vida en sus simientes.
- Esta noche no habrá flores blancas – se dijo sin darse cuenta que aquella frase ya contenía aroma a presagio-
Aspiró nuevamente mirando un cielo entre estrellas y nubes, y una luna incompleta, creciente y escondida en algún retazo del gran espacio… Lamentó entonces el no poder ascender como antes a su cielo y volar con aquella libertad que lo caracterizaba en sus dominios. Había descendido de él, no sabía en qué momento, ni recordaba la salida. Desconocía si lo había hecho en un descuido por sí solo, o lo habían desalojado impiadosamente, impulsándolo al vacío, al descenso, a los abismos… Y en su desesperación, arañaba las paredes de los tiempos y de los espacios de sus soledades y angustias, sangrando sus dedos sin uñas y sus manos sin piel, en el afán de encontrar la brecha que lo llevara feliz a su reino celestial eternamente abierto. Tal vez fueron esas tremendas ansias las que lo impulsaron a proyectarse hasta el pulsador y oprimirlo en dos oportunidades, por temor a no ser escuchado, con la gran ilusión pintada en sus ojos, en su boca y su el alma.
Las manos estaban enloquecidas por acercar sus dedos y acariciar su rostro; su pecho ardía por adherirse a suyo y sus labios en fuego, para quemar en fuego a esos otros labios suyos. Temblaba. Era una débil rama sacudida por la brisa. Todo su cuerpo trepidaba… Pero templó sus alas; ellas harían el resto como lo hicieran otras tantas veces. Llevaban es sus grandes plumas, la magia de aquella poción que sumía en el encantamiento de un hechizo de amor.
El hombre estaba preparado. Así lo sentía. Así debía ser. Jamás con aquel sentimiento dejó de ser. La atracción era mutua, existía la dosis de química que lo hiciera funcionar… Había comunicación y nunca dejaron de percibirse aún estando en diferentes puntos del espacio… Ellos se llamaban y se encontraban… Se pensaban y se veían… Se deseaban y se poseían… Un solo cuerpo. Una sola mente. Un solo corazón.
No dudaba del poder que a ambos los unía, pero la luz que bañaría las escaleras, no se encendió… El tiempo transcurría y la oscuridad se había tornado transgresora de aquella ilusión.
Una voz impersonal se desprendió desde lo alto del gran balcón y una llave resguardada en un trozo de género, se precipitó al piso. No hizo ni siquiera el mínimo ademán de tomarla en el aire como otras tantas veces en las que hacía gala de sus reflejos. No, no era ella… Y su alma se desplomó sin estrépito, sus ansias se comprimieron en un grito sordo que pujaba en la impotencia, mezcla de broncas y desencuentros, de soledades y ausencias, de necesidades sin cubrir, contenidas en frustraciones de intentos vanos.
Tomó lentamente y en silencio la llave del piso, la introdujo con un movimiento mucho más lento en el orificio de la cerradura, deseando que jamás se abriera y despertar rápidamente de aquella pesadilla… Pero no… La cerradura cedió. No era una pesadilla, tampoco un simple sueño… Era menos sutil y mucho más cruel… La realidad.
La posibilidad que llegara más tarde no apaciguaba su dolor. Tomaría las fuerzas desde las oscuras profundidades, aspiraría todo el aire que pudiera, hincharía bien su pecho y dibujaría una sonrisa en su boca con mucho sacrificio y ardor, para entregarla a la anfitriona que esperaba solícita, apoyada en el respaldar de la silla, en uno de los extremos de la gran mesa. No comprometería a sus ojos, porque por ellos miraba su alma… No obstante, temía por su voz. Temía que ésta se tornara trémula, vacilante, ahogada por una angustia difícil o imposible de apaciguar con un trago de cordialidad.
Ya no pudo desplegar sus alas en aquella mesa. Cumplió con gran esfuerzo su cometido y se retiró prontamente. No controlaba sus acciones y temía cometer alguna torpeza.
El llanto sacudió a su alma en un vacío. Huérfano y desprotegido, partió.
Y fue ahí que enloquecido, clamó por los vientos, gritó con broncas el nombre ausente y abrió sus alas que se expandieron mucho más en el contraste de aquel cielo, perdiéndose en las oscuridades de las calles que soñara recorrer con ella, como final de una habitual cena, en un acostumbrado sábado por la noche.
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Cuentan los parroquianos en rueda de boliches, entre el vaho del alcohol que mana de las copas y raspa sus gargantas -que dicen estar siempre secas, a veces hasta la borrachera, mientras las comadres murmuran en orejas ajenas-, que de vez en cuando, en las noches con nubes y estrellas y un retazo de luna creciente escondido en algún espacio de un cielo infinitamente abierto y eterno del barrio de Flores, se escucha el batir de grandes alas acompañadas por brisas que traen en sus sonidos el nombre de su amada ausente.
También dicen que las sombras que se ven, no son sombras de nubes, son sus alas que permanecen extendidas para poseerla sin pérdida de tiempo, en un abrazo eterno con fibras finas de oro y plata, con engarces de armonía y amor, cuando la Vida le otorgue el derecho del último encuentro.

Por tu mirada


Por tu mirada

A Maca
Gimió mi Alma adormecida
ante el silencio de tu mirada,
y en mi boca la faz de una palabra:
La mentira.
Por no llorar, por no reír
por callar una verdad insostenida.

Gimió por lo que creyó estar dormido
quieto, oculto... En silencio contenido.
Fue débil el manto en su protección del frío
¡tan débil! que bastó una mirada recogida
para desnudarla y dejarla sin abrigo.

Gimió porque sabe que nada es un olvido.
Porque lo ígneo, mantiene un Amor-Fuego encendido.
Porque se entrega y se sustrae en los letargos
con intención de ocultar a otros ojos
que aún en ella, el Amor permanece vivo.

'EPIFANÍA'... Destino infinito... de un destino.

“Epifanía”
Destino infinito… de un destino


- ‘Llegamos.’ -se le escuchó decir al más joven-
- ‘¿Llegamos?…’ -respondió el anciano-
- ‘Llegamos.’ -insistió el joven-
- ‘¿A dónde llegamos?…’ -repuso el anciano-

El hombre, ocupando una mesa sobre la vereda de aquel bar, creyó que éste tendría algún impedimento visual; pero no. Algunos gestos le demostraron que aunque sean mínimos, sus sentidos estaban en orden y activos.
- Y… Sí, a algún lugar llegaron -reflexionó el hombre finalmente-… Siempre se llega a algún lugar.
Y sin más, se entregó mansamente a la lectura del matutino que iniciara unos minutos antes, desayuno de por medio, mientras el anciano y el joven continuaban buscando otro lugar adonde llegar en una agradable mañana de domingo soleado.

Carta... De la sombra al hombre

A Magari
Carta
…De la sombra al hombre.


¿Sabes?… Es una sorpresa para ti… Y una satisfacción para mí hablar contigo aunque más no sea a través de esta carta y después de haber caminado a tu lado el tiempo que llevas de Vida, con excepción claro, cuando me extravías en la oscuridad.
Tal vez lo ignores, pero al menos estarás sabiendo que también existo… Plana, adaptándome a cada circunstancia perteneciente a una geometría accidental. Unas veces me colocas adelante, otras atrás, como fastidiado por mi perseverancia; muchas otras a tu costado o saltando según tu caprichoso deambular con la intención tal vez de abandonarme en algún rincón, en un escape repentino cubierta por mis mayores, sin que pienses que estaré esperando en el otro extremo con el deber de acompañar tus pasos permanentemente, sin pedir algo a cambio.
Nací contigo. Soy hija del obstáculo. No tengo conocimiento si mi existencia es útil. Al menos sé que de algún modo lo es para otros, como la de los otros lo es para ti… Pero de algo estoy segura: que gracias a tu existir, existo. Y al existir yo, sabes que entre luces y sombras, existes. Eso… Aunque rara vez te preguntes sobre mí.
Todas somos hijas de obstáculos. Sin ellos no tendríamos existencia.
Somos ínfimas, pequeñas, grandes, inmensas, pero sin mostrar el volumen exacto de nuestro obstáculo. Es nuestro secreto entre él y la luz.
No poseemos sonidos, tampoco visión. Nos adherimos al obstáculo como el ciego al lazarillo; pero me siento feliz porque me das movimiento y por no pertenecer a las que siempre están quietas o adormecidas según la luz.
Por eso, a donde vayas, irremediablemente estaré contigo. Nací contigo. Partiré contigo.
Pero… ¿Sabes?… Constantemente recorre por mi figura plana un desagradable escozor. Cuando te abrigas a la sombra de otros obstáculos, no se aviene a mí el temor porque estás, y de alguna manera, débil, casi difusa, sé que también estoy… Más cuando penetras en la oscuridad, tiemblo. Te abandono o me abandonas y es entonces que corro hasta el otro extremo aterrada, como presintiendo encontrarte nuevamente ahí. Pero mientras la espera transcurre, la angustia de ignorar si es ésa tu salida, desespera mi existir plano y ausente… Hasta que aparezcas, porque si yo he equivocado el lugar del reencuentro o desconoces mi paradero, me corroe el temor de que ambos hubiésemos partido sin tan siquiera un cordial gesto de amistad.
Con afecto, tu sombra.

EL OTRO AMOR

EL OTRO AMOR

En planta baja el índice pulsó el botón de la chicharra y ésta sonó en el piso superior como una exclamación que estremeció el Alma del morador. Todo su cuerpo vibró.
El tiempo de ausencias, de vacíos, de silencios había llegado a su fin. Era la hora acordada, la que estaba escrita en pocas líneas en aquella nota que le diera por la mañana el encargado del edificio.
Ya no más angustias. Ya no más pensamientos oscuros y quejumbrosos.
Todo aquel tiempo de nada, se llenaría a partir de hoy con un todo. Con el Amor, la Pasión, la Ternura… Todas aquellas emociones contenidas irían haciendo su aparición despaciosamente para absorber con profundidad cada acto de entrega.
Comprendía que debía administrar con riguroso orden sus demostraciones para que su mente almacenara cada una de las sensaciones que lo invadieran.
Colocaría el índice sobre sus labios cada vez que ella quisiera explicar sus motivos, anulando el sonido de su voz para dar lugar sólo a las exclamaciones del delirio y los suspiros.
Era la hora de la dicha. Era la hora del Amor absoluto.
La chicharra de la puerta de entrada principal se escuchó y una mano empujó la hoja dejando que ésta cierre tras de sí.
Él iba siguiendo en su mente cada movimiento que ella estaba llevando a cabo, desde el instante de su entrada.
- Ahora llamó al ascensor… Y subió a él… ¡Qué delirio por favor!… ¡Estoy temblando!… -La ansiedad consumía su espera-
- Llegó al piso… Está descendiendo… Escucho sus pasos… -Se decía mientras cerraba sus ojos-
La sangre hervía en sus venas… El rostro ardía en llamas… Las sienes le latían descontroladamente… La visión le desfiguraba las imágenes.
El timbre vibró y el estremecimiento fue compulsivo. Quedó inmóvil, de pie frente a la ventana. No quería darse vuelta. Consideraba que sería más placentero presentir el acercamiento a su espalda.
Tardó en accionar el automático y la puerta del departamento se abrió. Los tacos femeninos golpearon suavemente el parquet. Con sus ojos cerrados, aspiró aquel perfume que llenara horas su mente de fantasías, mientras una voz áspera y desagradable lo impulsó a girar y mirar aquel rostro.
- … Y usted… ¿Quién es?
- Soy la mensajera de Rebeca. Me pidió trasmitirle que ya no la espere. Ella ha consolidado un nuevo hogar.
- Pero… ¿Cómo un nuevo hogar?... ¿Porqué tanto despecho?... -gimió con un hilo de voz- Ese hombre… ¿La ama con tanta intensidad como la amo yo? -logró balbucear-
- Desconozco con qué intensidad la puede amar usted, o algún otro señor, pero puedo asegurarle que mi amor por ella es muy profundo y ella me corresponde…

viernes, 1 de agosto de 2008

La propuesta



La propuesta


(Deuda cobrada)

Hermosa y sensual, ella. Esbelto y viril, él. Se conocieron en un tórrido verano, cuando ambos sufrían las inclemencias de la soledad.
El matrimonio no la privaba de un amante con quien cubrir el cupo de sus carencias sexuales y mucho menos de enamorarse perdidamente, hasta el punto de cometer numerosos actos de distracción ante su marido.
- Debo tener más cuidado… -Se reprochaba-
Si en algún momento los amantes no accedieron a convivir el resto de sus vidas, juntos, fue por decisión del hombre. Su situación no le permitía sostener un compromiso económico tan delicado.
Con algún criterio se auto rotulaba: “Un imperio en ruinas”. No concebía arrastrarla a una vida de sacrificios en la que, con el correr de los días, el amor se deslizaría lentamente hacia las sombras de los tiempos de ausencias y los cansancios a los que los enfrentaría la Vida, en pos de un bienestar.
Sus bases eran inexistentes y los apoyos, una carencia total. Los esfuerzos por sostenerse eran constantes y arduos. Cada vez que sus pensamientos eran invadidos por la imperiosa necesidad de retenerla, la apartaba de sí con un profundo y sentido suspiro. No era cobarde. No pensaba en él… Tampoco la subestimaba. Su profundo sentimiento no le permitía que ella pasara privaciones.
Le costó mucho dolor, tiempo y tortuosos sueños negociar consigo mismo y compartir sus entregas.
El comienzo fue una cruzada. Vagaba en lo peor de las profundidades asqueado de sí mismo. Muchas veces intentó salir de su camino, pero aquella presencia borraba todo tormento y la fiebre lo obligaba a una entrega sin retaceos al placer de tenerla, aunque más no sea un breve espacio de tiempo que apenas alcanzaba para cubrir instantes en una eternidad.
Tal los momentos de turbulencia febril que ambos vivían en cada encuentro, y tal el huracán de angustia y dolor que padecían cuando se separaban. Sus vidas semejaban más a un infierno que a un vivir en sobresaltos.
Marido y amante se conocieron accidentalmente tiempo después que se iniciara la enmarañada, desprolija e ilegal relación. Aunque no se trataban, sabían de sus existencias, pero sólo uno de ellos conocía la situación real.
Con el transcurrir del tiempo, sus encuentros fueron más continuos y el descuido lo llevó a frecuentar el caserón en el que ella vivía. Si bien el marido sospechaba de la fidelidad de su mujer, no veía en este acompañante con quien ella compartía sus tareas, al hombre indicado.
Un poco por estar embebido en sus investigaciones y otro por debilidad y comodidad, dejaba hacer, disfrutando de su pareja a su manera y según sus necesidades esporádicas.
Cierta tarde de apacible otoño, los amantes arribaron a la casona de regreso de una de las tantas entregas amorosas. En el interior del salón principal, tal vez incentivado por el desafío, él sintió un irrefrenable deseo de poseerla nuevamente y ella correspondió al impulso… Y la sangre corrió surcos de arterias haciéndola arder en voluptuosidad incontenible.
El marido estaría en algún lugar de aquel enjambre habitacional. El peligro de una aparición imprevista no se descartaba y eso lo hacía más interesante, acrecentando el fuego que los consumía.
La cordura de ambos en el fragor de los besos y sus caricias, contempló aquella realidad y no quisieron correr el riesgo.
Buscaron en la desesperación, un rincón que los contuviera, evitando un incómodo encuentro.
Una habitación alejada del complejo principal serviría de refugio, a la que difícilmente se acercaría su marido.
El amante se había adelantado y quedó a la espera. Su estado de alteración lo llevaba a imaginar momentos que intentaría repetir en brazos de aquella mujer para el deleite de ambos.
Ella demoró más de lo previsto. Eso no era normal y alarmó en extremo al hombre apaciguando su entusiasmo. Creyó conveniente retirarse en el anonimato para no comprometerla… Pero al intentar partir, ella llegó sonriendo, hermosa y tentadora. Se la veía relajada. También en ella el fuego del deseo se había apaciguado. La pasión se leía en cada uno de ellos, pero en el aire algo extraño flotaba. Sentándose al borde de la cama, ella le trasmitió la insólita propuesta que le hiciera su marido.
En pleno conocimiento y aceptación de la infidelidad de su esposa, aún desconociendo a su amante, le propuso participar en su hogar, con libertad sexual entre los integrantes de la familia, en un total acuerdo: el matrimonio, las dos sobrinas y el novio de una de ellas… Pero aquél, su amante, debería formar parte sin censuras de ese juego amatorio, desarticulado y morboso.
Todo dio vueltas alrededor de aquel hombre arrogante y viril. Enamorado hasta su propia esencia, no concebía tanta promiscuidad.
La imagen de su entrega al marido, lo castigaba duramente en sus soledades nocturnas, y no soportaría ser testigo pasivo y directo de un hecho que agujereaba su mente y su estómago, al tiempo de aceptar que manos extrañas participaran de ese ultraje. Todo era muy bajo… Tan vil como el haberse enamorado de una mujer casada, alterando todos los tiempos, formas de vida y proyectos en los involucrados.
- Ese hombre está enfermo –Se dijo- … Y yo lo estaría más, si aceptara esta sucia propuesta.
Envuelta en su torbellino, y anticipándose a la decisión de su amante, ella había aceptado la propuesta sin medir las consecuencias.
Confundido buscó las sombras en el salón principal, mientras la sobrina mayor del matrimonio, apoyaba el trasero sobre sus rodillas en una franca demostración de lujuria abierta. Las columnas y la penumbra, ocultaban la figura del amante al marido.
Con dolor lacerante en el alma y con la tristeza golpeando su existencia, observó como aquél pasaba el brazo por la cintura de su amada, depositando la mano sobre la cadera, mientras la trasladaba al ambiente contiguo en total aceptación y placer.
Sus ojos se cubrieron de lágrimas, mientras con furia enfermiza su mente recorría el contenido de aquella figura, maravillosa obra de arte provista por la prodigiosa naturaleza y a la que con sus labios y caricias no había dejado espacio libre sin investigar.
Le dolió la tarde. Le dolió el tiempo. Le dolió la Vida… y sobre todo, le dolió la historia, soportando el temblor de los recuerdos.
En una explosión de impotencia, apartó bruscamente a la joven de su falda. Sintió sus entrañas revueltas y entre náuseas y amagos de vómitos abandonó precipitadamente la gran casona.
Las calles de aquella villa, vieron más tarde a una bella mujer con el rostro bañado en lágrimas, preguntando con angustia en su voz, sobre el paradero de su amado hombre. Nadie logró darle información.
La casona cerró sus puertas y sus ventanas. Casi todos sus habitantes partieron con el tiempo. Aquel marido también había partido llevándose consigo la satisfacción de una deuda cobrada.
Las habitaciones lloraron ausencias y se llenaron de polvo. Los jardines se transformaron en un majestuoso predio invadido por un bosque de malezas. Sólo una anciana se acercaba solícita una vez por semana, para depositar un paquete de alimentos sobre el umbral de la entrada de servicio. Adentro, entre las sombras y una historia sin olvidos, aquella hermosa mujer marchitaba su vida en la hiriente soledad que le regaban los recuerdos. Y con la pena total de no haber logrado comunicarle a su amante que ella, finalmente, había rechazado la propuesta.

Traslación…




Traslación…
A Maca


Viajar…
Es dejar parte de la Vida en cada lugar.
Viajar…
Es llevar consigo lo que a la zaga se desea dejar.
Viajar…
Es llevarte irremediablemente conmigo,
aun intentando dejarte atrás
en un Universo dormido.

Una travesura generosa




Una travesura generosa


La soledad bullía entre las cuatro paredes frías. El invierno afuera encerraba herméticamente aquel habitáculo, presionando a la tristeza con su presencia. El hombre perdía su mirada tras los empañados cristales hundiéndolos en la blanca nieve sobre las ramas de los árboles.
Añoraba, gemía y sufría su desesperanza.
Una botella, una copa y un libro: Sus compañeros… Y en la duda, optó por los tres. Cada uno a su tiempo.
Los sorbos entre hoja y hoja y las letras cobraron vida. La “Roma” de su lectura se transformó en “Amor”. El nombre del personaje, “Jumer”, en “Mujer”. Todas las palabras conformaron textos diferentes que embriagaron más aún al hombre en un afable embrujo, mientras una suave, blanca y delicada mano, se posaba en su hombro y una seductora voz de mujer encendía sus sentidos.
Todo en el libro cobró vida. Las paredes frías desaparecieron y el rostro de ella, se apoderó de sus ojos. La soledad huyó. El dolor del alma se transformó en dicha y ambos partieron por caminos nuevos.
Adentro, la botella y la copa, vacías sobre el parquet… Y un libro con hojas en un ir y venir, hasta que una ráfaga de blanco viento dejó ver la tapa y su título: “La Dama de la Muerte”.
Afuera, tras la ventana abierta, dos huellas de pies desnudos que se alejan a la inmensidad de una nada. Y bajo aquel árbol, el escritor disfrutando su travesura de brujo generoso.


LO NEGARÁS ANTES QUE EL GALLO…




LO NEGARÁS ANTES QUE EL GALLO…


- ¿Sientes algo por él?…
- ¡No!… –Negó por primera vez-
- ¿Sabes quien es?…
- ¡No!… –Negó por segunda vez-
- Entonces… ¿No lo conoces?…
- ¡No!… –Negó por tercera vez-
… Y bajó sus enormes ojos hacia la tierra firme. Su alma se ocultó avergonzada y asombrada en esa negación, mientras a lo lejos en el amanecer tranquilo, el gallo finalizaba su canto a los primeros rayos del sol en la temprana mañana… -Parodia de aquel entonces antiguo-
El marido la tomó de la cintura y se alejaron del pantano… Y en éste, el hombre amado, en su silencio de frío y con gruesas lágrimas ardientes desprendidas de las tristezas, era devorado lentamente por las arenas movedizas de su soledad.
Desde el horizonte, avanzaron negros nubarrones entre resplandores y estruendos. Las aves con respeto callaron sus trinos. La fauna dolorida se replegó a sus nidos, cubiles y madrigueras. Los árboles avergonzados, arquearon sus ramas acariciando la tierra, mientras ésta trepidaba en la pena de aquella injusticia de fragilidad humana.

AVALÓN


AVALÓN

(Un reino escondido en el subconsciente)



Cuentan las lenguas reservadas de los ancianos, -en ruedas nocturnas casi secretas-, que en los años de… Ya ni se acuerdan cuáles, porque de tanto narrar la historia se les fueron borrando algunas referencias, y entre ellas, los años que corrían cuando sucedieron los hechos que armaron la trama y que en los relatos posteriores se transformaron en leyenda.
Desde aquel entonces, surgen comentarios que se hacen en voz baja porque existe el temor de que se los condenen por fantasiosos y enajenados.
En esa época, en tierras muy lejanas se erigían los cimientos de una pequeña aldea…, que se sabe que ya no existe; pero si así fuese, no sería reconocida como tal por la mayoría de la humanidad, porque mancharía la existencia del hombre… En ella habitaba gente común en total estado de felicidad, ya que era protegida por Hadas… Estos seres maravillosos y fantásticos, fueron destinados a asistir a los habitantes cuando estaban muy revoltosos y no se soportaban entre sí, en una prueba piloto para brindar sus dones benéficos y hacerles más placentera la Vida en la tierra.
Estas admirables inmortales, provenían de Avalón, país remoto y mágico, enclavado en una isla boscosa en las entrañas mismas de la tierra.
Todo era de maravillas hasta que llegó el día… ¡Justo ese día!..., en el que un sortilegio equivocado golpeó malamente el equilibrio y la armonía de aquella minúscula comunidad.
Una mujer, esposa y madre devota de uno de los tantos hogares de la pequeña aldea, decidió aceptar y acudir a un curso acelerado de magia para los humanos… Muy lejos de escuchar los reclamos de su esposo e hija sobre los peligros que tales artes representaban para los que no pertenecían al reino mágico.
Sin meditarlo y entusiasmada, arremetió de lleno a cultivar los conocimientos de la magia prestada, prometiendo no hacer uso de ella en el hogar y mucho menos con sus integrantes… Pero, más pudo la vanidad que impulsó al deseo y éste al descontrol… Un buen día decidió demostrar prematuramente lo aprendido rompiendo la promesa, y sin decir: “Agua va”, gritó con toda su energía, mientras sacudía frenéticamente la varita, marcando destellos de colores que inundaron las habitaciones…
- “¡Qué todo cambie y se conjugue entre sí!”
Claro que no estaba para nada entendible lo que la mujer quiso decir o al menos, qué conjuros invocaba… Lo cierto es que la mesa compartió su mitad con la silla, las puertas con las ventanas, la cocina aceptó la mitad de la pileta y los muebles se repartieron entre ellos sus mitades. La cerradura le cedió su parte al picaporte… El techo se abrazó al piso, la chimenea fue mitad escalera y ni qué hablar del resto de la casa. Pero lo que mostró el grado mayor de aquella imprudencia, se reflejó en la perra y el gato. Ellos no se repartieron sus mitades. La hija recibió la mitad del cuerpo de la perra y el padre la del gato. Las aves previsoras desaparecieron a tiempo por esas cosas del instinto conservador, con sabor a salvaje que tiene todo lo salvaje.
La desdichada mujer aprendiz de bruja buena, ante la imagen que se presentó a sus ojos, se desesperó y sin pensarlo dos veces -es más, ni tan siquiera lo pensó una- trazó nuevas líneas en el espacio con su varita para que todo volviera a la normalidad. Pero lo único que logró, fue desaparecer ella con las mitades sueltas.
Todo quedó tal como lo dejó. No hubo tiempo de por medio que dijera de la duración de aquel conjuro.
Más que preocupados, padre e hija corrieron a la escuelita de magia sufriendo en el trayecto atrocidades propias de humanos embebidos en su ignorancia y sus inmundicias. No obstante, llegaron… Golpeados, maltratados, humillados… Pero llegaron. Ella con su cuerpo canino… ¿Y él?... Con el del gato.
- “¿…Y las otras partes…?” -Preguntó el Hada promotora de los cursos para aprendiz de bruja buena, convencida de que con esta ocurrencia ayudaría a solventar los gastos del instituto y del grupo abocado a la docencia-.
La idea fue bien recibida por el Hada Suprema en su momento, pero cuando se enteró de los pormenores, supo que había metido la pata. Al momento, la congregación la despojó primero de los poderes, para expulsarla después. De tal manera, ellas conservarían honorabilidad y creencia sin hacerse cargo, por supuesto, de los errores cometidos por la súbdita proscripta… Y lo que fue más doliente… La grey no se preocuparía por los problemas de los dos mortales. Pero el Hada desplazada no era ninguna improvisada. Conservaba -demostrando su picardía y experiencia en estas lides- uno de sus poderes aún no desarrollado, el que pasó desapercibido para las Hadas Revisoras por no alcanzar un grado de notoriedad.
En la soledad de su exilio, aprovechó y le dio curso. También grandeza. Lo perfeccionó como a ninguno para sacarlo a la luz en aras del bienestar que prodiga el Hada Buena.
Concertó entonces una reunión clandestina con el padre hombre-gato y la hija mujer-perra, pero muy en secreto. No vaya a ser, que la alta jerarquía de las Hadas, le quitara el último valor… poder con el que podía recuperar también en silencio los otros, reprimidos y arrancados violentamente; así como la suma de muchos más, que se avendrían debido a la injusticia cometida, según lo que rezan las reglas sagradas de la comunidad hadística y que la transformarían en la más poderosa del reino.
Lo cierto es que le dio la posibilidad al dúo compartido, de retornar a sus formas originales después de un largo período de espera, acompañada por las desidias a las que los enfrentaron frecuentemente los humanos.
Grande fue la sorpresa del Hada Buena cuando escuchó de sus bocas:
- “Deseamos volver a las formas originales, pero a la de los animales…, perro y gato.”
La genio asombrada intentó persuadirlos, más la respuesta la dejó boquiabierta.
… Y el padre agregó:
- “Los humanos somos más animales que los animales. Aún con raciocinio somos perversos e impredecibles con los inocentes o infortunados… Y hemos decidido renegar de nuestra especie para pertenecer al reino animal por su nobleza.”
- “Entonces…” -advirtió el Hada Buena- “no recordarán absolutamente nada después del encantamiento final. No se reconocerán como padre e hija y…”
- “No importa” –interrumpieron ambos uniendo sus cuerpos en una sentida pero necesitada despedida final-
La varita trazó diferentes figuras en el espacio, sembrando infinitas partículas brillantes multicolores que fueron tomando formas diversas mientras su voz dulce, suave y lozana, ordenaba los cambios solicitados.
Cuentan también las lenguas reservadas de los ancianos, en ruedas nocturnas casi secretas, que aquella Maga logró ocupar el sillón que la erigía en el Hada Suprema y por lo tanto en la regidora máxima de su reino, acompañada permanentemente de su gatito carismático y su fiel perra, que prodigaban ronroneos y lengüetazos a pesar de las premisas de su ama, sin comentarle a ella que el amor filial, pase lo que pase, jamás se pierde entre seres que se aman.
Si alguna vez observamos a un perro y un gato que se miman, recordemos el porqué, pero no lo divulguemos en voz alta porque podríamos ser condenados por la sociedad, por fantasiosos o enajenados, o simplemente… crédulos.