lunes, 11 de agosto de 2008

El valor relativo y absoluto de un rollo fotográfico



“El presente, una delgada capa imperceptible. Una línea ínfima divisoria… Algo tan efímero que tal vez ni exista entre el ayer y el mañana.”


Tonycarso



A Laurita



El valor relativo y absoluto de un rollo fotográfico



- ¡Excelente Tony!… ¡Excelente la obra que has presentado!… -lo felicitaba Carlos mientras otros a su vez, exclamaban- ¡Es sin duda la mejor!… -a la par que el resto sentenciaba-
- … ¡Es la foto que debe lucir el primer premio y no un tercero como le asignaron!
- … Y… Son cosas del amiguismo -aventuró el viejo colega en voz baja-.
- Tengan en cuenta que el autor del primero y segundo premio, es la misma persona… Y sin desmerecer sus obras, es el que provee de productos al laboratorio del club organizador… -Concluía en tono sarcástico e infidente, el viejo fotógrafo-
Cansado de poner su ojo tras el prisma, como dejando en el aire los elementos de sospecha para una denuncia y cancelación definitiva del certamen.
Aquellas palabras tiradas al aire por alguien de peso, minaron el ambiente; desde ese momento, cualquier concurso futuro, tendría un dejo de dudas sobre su seriedad.
Pero Tony mantendría su postura inalterable; había medido las falencias. Rápidamente y convencido que lo suyo era lo correcto, aceptó la imposición del jurado.
Llegó para competir contra “Los Grandes” en su primera participación en la categoría mayor, exponiendo sus obras, producto de su innata e incansable inspiración creativa trasladada al negativo en las andanzas de un fin de semana.
- El tema es libre dentro del recorrido desde la estación Retiro hasta El Tigre… -había sido la consigna dada por los directivos del foto club-
… Y allá fue con el bolso cargado de elementos que en su mayoría ni usaba, pero que llevaba ‘por si las moscas’.
¡No!... Para Tony ya estaba todo dicho. Su naturaleza lo dejaba conforme con el solo hecho de demostrar y principalmente demostrarse, que tenía un alto valor de creatividad entre sus oponentes fotógrafos y artistas consumados. Alguien le había arrimado a su oído, que en su obra leía se leía una poesía de la imagen.
Se había probado a sí mismo, y el tercer premio otorgado no dejaba de ser un triunfo… Pero, por las derivaciones que tuvo el concurso, desvirtuando la nobleza de un certamen cristalino, aquel rollo de fotografía que usara para sus obras, pasaría a tener para sí un valor relativo.
Diferente fue cuando contrataron sus servicios por primera vez para un casamiento.
Ese primer rollo que emplearía en el civil y la ceremonia religiosa tendría una historia muy probada.
Tembló cuando asumió aquel compromiso, aunque le alegró la vista ver sobre el escritorio los primeros billetes que llegaban a sus manos como un anticipo y confirmación de sus conocimientos bien asimilados. No obstante, cuando tomaba conciencia, sentía que el piso se movía. Sabía de su responsabilidad y si bien estaba seguro de su profesión, desconocía todos los pasos a cubrir. Así fue que a partir de ese momento, y durante los dos meses de tiempo que lo separaban de la fecha prefijada, lo empleó en parte viendo álbumes de colegas, acudiendo al Registro Civil de la zona durante los días hábiles y a los templos los fines de semana.
Su obsesión era tal que cierto día, para asegurar las tomas durante la ceremonia en el civil, se calzó un traje y se mezcló entre los invitados, llegando a darle un beso en la mejilla a la mamá del novio mientras la felicitaba por el acontecimiento, y así conseguir introducirse clandestinamente y espiar el desenvolvimiento de sus colegas.
Sabía que, mal que mal, el fotógrafo de turno, le daría las pautas de ubicación y tomas.
Una vez finalizada la ceremonia saludó a la pareja de recién casados con un efusivo abrazo y beso en la mejilla de la novia. Sólo le restaba imaginar un festejo.
No recordaba el procedimiento que empleó aquel fotógrafo cuando realizó el suyo. Indudablemente estaba en otra cosa… Pero el álbum que guardaba, le dio datos preciosos.
Y llegó el día tan mentado y temido. Transpiró la camisa por los nervios que lo consumían. Pero, la responsabilidad es prodigiosa, logró sustraerse por completo y logró, sin darse cuenta, salir airoso en cada paso que fue dando. Salvó el civil, franqueó la ceremonia religiosa, también pasó el parque y llegó el salón. Para ese entonces, ya era un fotógrafo profesional sobre la tierra… Pero su atención continuó hasta el final cuidando el detalle de cada toma elegida y utilizando tantos elementos como los que llevara en aquella oportunidad; hasta se lamentaba por no haber cargado con otros que podrían haberle sido útiles y que se le iban ocurriendo. La obsesión hizo de él, una máquina creando imágenes en toda la noche.
Cuando el festejo llegaba a sus finales y el salón lentamente se poblaba de vacíos, pidió a la pareja que lo siguiera para lograr el cierre en la presentación del álbum.
Estaba más que conforme. Sentía una amplia satisfacción saber que cada hecho estuvo medido por el conocimiento y la responsabilidad.
Pasaron veinte días. La pareja regresó de su luna de miel; los esperaba un muestrario con fotos que habían recibido exclamaciones de admiración y lo llenaban de orgullo, elevaban su autoestima y expandía su vanidad que intentaba ocultar permanentemente. Al cabo de una semana y por teléfono, recibió la primera y desagradable queja.
- ¡Los encuadres no son correctos!... ¡Tienen demasiada luz!... ¡Hay invitados con los ojos cerrados!... ¡No me gusta como estoy en las tomas del parque!... ¡El vestido se me ve arrugado en un costado a la altura de la cintura!... Y...
El pantalón se le cayó. El día se hizo noche y el edificio se le vino abajo. Supo que no debía esperar reconocimiento alguno de la mayoría de las personas cuando el dinero bailaba como anfitrión en el centro de ambas partes y los comprometidos se transforman en renuentes a pagar después de contraída la obligación.
El material se terminó de elaborar y la pareja mal predispuesta, se avino a recibirlo finalmente.
Las tomas eran decididamente inmejorables y magníficamente elaboradas... Pero no así apreciadas. Y fue entonces que una vez más, aquel primer rollo fotográfico, de un valor absoluto, se transformaba en un simple valor relativo.
A partir de esa experiencia mantuvo el manejo de todos los rollos bajo la estricta y rígida postura de un valor relativo. Relativo en las tomas de la familia que posteriormente se desintegraría. Relativo en toda nueva relación que al tiempo se diluía. Relativo en aquel fiel compañero canino que cansado de estar, partió sin avisar. Sí, definitivamente optaba por darle un valor relativo a cada rollo fotográfico que pasara por sus manos. Pero… ¡Llegó el día!… Aquel día ese rollo le diría a Tony la importancia que reúne un rollo fotográfico en la vida de un hombre, fuera de su utilidad como un elemento histórico, legal, probatorio o simple espejo del tiempo arrojado en un papel.
Tenía que pasar todo ese tiempo bajo los pies de Tony para que llegara ese preciso instante en el que el valor absoluto de un rollo de fotos gritara su propio valor, reclamando autenticidad y un pedestal.
Había pasado demasiada agua bajo el puente y también desde que abandonara aquel viejo local. Probaba hoy suerte en una especie de cueva. Un reducido espacio de dos por tres en una galería con escasa afluencia de público… Pero la apechugaba con ventas y conexiones paralelas y afines al rubro. Hasta que llegó el verano y la gente empezó a ralear. De poco, pasó a nada.
Los días se sucedían y también las ausencias. Aunque pequeños -porque cuidaba el detalle-… los compromisos o las deudas se acumulaban.
Sus cálculos ya no servían. No había con qué sustentarlos en la realidad.
- ¿A cuánto tenés el rollo de 36?... -Preguntó el hombrecito con rasgos orientales que se asemejaba más a un duende que a un humano, pero con un buen castellano-
- Este vale ocho y aquél, nueve. -Le respondió Tony, encendiéndosele una lucecita de esperanza en el bolsillo de su pantalón-
En él no había una moneda... Bueno, tampoco en su “riñonera” y mucho menos encanutada en algún escondido rincón. ¡Cero pesos!... Era su verdad. El alma sonrió. Creyó que su hija tendría el codiciado y necesitado “dinerillo” para llegar a su trabajo recientemente logrado y por el que se encontraba orgullosa. Su primer empleo.
Contaba con el apoyo de su padre... Pero sin valor del escaso metal no sabría cómo enfrentar la delicada situación.
Sin contestar, el hombrecito de rostro oriental y castellano correcto, dio media vuelta y partió.
Las sombras regresaron a los ojos de Tony; las horas de la siesta comenzaron a deslizarse acercándole la llegada de su hija, de paso al trabajo, mientras en su estómago aumentaba el concierto de carencias desde hacía 36 horas... ¡De repente!... Como siendo atraído por el fuelle llamador de la insuficiencia, llegó el hombrecito de rasgos orientales y perfecto castellano reclamando su rollo de 36 exposiciones. Presuroso y gustoso Tony se lo entregó con algunas explicaciones necesarias, y aquel hombrecito partió… También lo hizo su hija.
Fue entonces que Tony comprendió del valor absoluto de un rollo fotográfico, cuando se transforma en la única carta de crédito, para matar un compromiso y acallar el apetito... Aunque más no sea por un día.

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