viernes, 1 de agosto de 2008

Una travesura generosa




Una travesura generosa


La soledad bullía entre las cuatro paredes frías. El invierno afuera encerraba herméticamente aquel habitáculo, presionando a la tristeza con su presencia. El hombre perdía su mirada tras los empañados cristales hundiéndolos en la blanca nieve sobre las ramas de los árboles.
Añoraba, gemía y sufría su desesperanza.
Una botella, una copa y un libro: Sus compañeros… Y en la duda, optó por los tres. Cada uno a su tiempo.
Los sorbos entre hoja y hoja y las letras cobraron vida. La “Roma” de su lectura se transformó en “Amor”. El nombre del personaje, “Jumer”, en “Mujer”. Todas las palabras conformaron textos diferentes que embriagaron más aún al hombre en un afable embrujo, mientras una suave, blanca y delicada mano, se posaba en su hombro y una seductora voz de mujer encendía sus sentidos.
Todo en el libro cobró vida. Las paredes frías desaparecieron y el rostro de ella, se apoderó de sus ojos. La soledad huyó. El dolor del alma se transformó en dicha y ambos partieron por caminos nuevos.
Adentro, la botella y la copa, vacías sobre el parquet… Y un libro con hojas en un ir y venir, hasta que una ráfaga de blanco viento dejó ver la tapa y su título: “La Dama de la Muerte”.
Afuera, tras la ventana abierta, dos huellas de pies desnudos que se alejan a la inmensidad de una nada. Y bajo aquel árbol, el escritor disfrutando su travesura de brujo generoso.


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